Journal de Comunicación Social 12(19), 59-78 agosto-diciembre de 2024 ISSN impresa 2412-5733; ISSN online 2413-970x - DOI: https://doi.org/10.35319/jcomsoc.2024191314
Cartografías: Dispositivo para identificar el racismo en la educación secundaria en México
Cartographies: A Tool for Identifying Racism in Secondary Education in Mexico
Universidad Pedagógica Nacional, Unidad Ajusco, Ciudad de México, México
https://orcid.org/0009-0006-1835-399X salvador.madrid@iteso.mx
Fecha de recepción: 27 de junio de 2024
Fecha de aceptación: 30 de julio de 2024
Resumen: La presente investigación utiliza la cartografía social como herramienta metodológica para visibilizar el racismo en el entorno escolar de una secundaria en México. A través de un taller participativo, los estudiantes identificaron los espacios donde han presenciado o experimentado situaciones racistas, permitiendo identificar diversos patrones en la vida cotidiana escolar. El estudio revela cómo las actitudes racistas, tanto sutiles como explícitas, se manifiestan en distintos lugares de la escuela, contribuyendo a su normalización. Los resultados ofrecen una visión crítica sobre la relación entre el espacio escolar y la perpetuación de dinámicas racistas entre los estudiantes.
Palabras clave: Racismo, cartografía social, educación básica, convivencia, discriminación, Ciudad de México.
Abstract: This research uses social cartography as a methodological tool to make racism visible in the school environment of a secondary school in Mexico. Through a participatory workshop, students identified the spaces where they have witnessed or experienced racist situations, allowing them to identify various patterns in daily school life. The study reveals how racist attitudes, both subtle and explicit, are manifested in different places in the school, contributing to their normalization. The results offer a critical vision on the relationship between the school space and the perpetuation of racist dynamics among students.
Keywords: Racism, social cartography, basic education, coexistence, discrimination, México City.
Como estudiante de la Maestría en Gestión de la Convivencia, Derechos Humanos y Cultura de Paz en la Universidad Pedagógica Nacional, Unidad 092 Ajusco, he desarrollado un profundo interés en el estudio del racismo en la educación básica. En conversaciones con académicos, he notado que la mayoría de los estudios sobre racismo se enfocan en la educación superior, lo cual me llevó a preguntarme sobre la presencia y el impacto de este fenómeno en las etapas iniciales del sistema educativo. Esta reflexión me motivó a investigar cómo el racismo se manifiesta y se percibe desde los primeros años de la trayectoria escolar de los estudiantes. Al revisar las investigaciones relacionadas con el racismo en el ámbito educativo, destaca Segato (2013), quien argumenta que la educación, lejos de ser un espacio neutral, puede reproducir ideologías de dominación cuando permite o legitima la humillación y el desprecio hacia ciertos grupos. Desde esta perspectiva, es posible que los estudiantes internalicen estas actitudes desde sus primeros años en la escuela, naturalizando el racismo y la discriminación sin cuestionarlos. Mientras que los estudios han abordado mayormente el racismo en niveles superiores (Mato, 2023; Menéndez, 2017; Mullings, 2013), las investigaciones sobre la educación básica resaltan cómo las actitudes racistas se consolidan en las etapas formativas. Entre estos trabajos, destaca un estudio de Aguilar (2012), que revela cómo la ideología racista se reproduce y consolida en el personal educativo. Asimismo, Gómez (2024), quien examina el racismo en escuelas primarias de la Ciudad de México desde las perspectivas de docentes y autoridades, aporta una visión crítica sobre la estructura de derechos en el ámbito escolar.
Con el propósito de abordar esta problemática, recurrí a la cartografía social, una herramienta que permite explorar de manera visual y participativa las dinámicas racistas dentro del entorno escolar. Este enfoque, además de ser innovador, ofrece la posibilidad de generar un impacto reflexivo no solo en los estudiantes, sino también en el cuerpo docente y en mí como investigador. La representación gráfica de los espacios donde se manifiestan actitudes racistas proporcionó una comprensión más profunda de cómo estas dinámicas se entrelazan en la vida cotidiana escolar, promoviendo un diálogo crítico sobre formas de discriminación que, en muchos casos, permanecen invisibles.
El artículo explora el racismo en el contexto escolar a través del uso de la cartografía social como herramienta metodológica para analizar las relaciones raciales en una escuela secundaria pública en México, parte de la Secretaría de Educación Pública (SEP). La investigación se realizó en el año 2022, justo después de la pandemia causada por el virus SARS-CoV-2. El objetivo es identificar y analizar las percepciones y experiencias de los estudiantes sobre el racismo en los distintos espacios de una escuela secundaria pública en México. A través del uso de la cartografía social como herramienta metodológica, se busca visibilizar cómo ciertos lugares en el entorno escolar contribuyen a la normalización de dinámicas racistas en la vida cotidiana. Para dar respuesta al objetivo, es importante plantearnos la pregunta central que orienta esta investigación:
¿cómo perciben y experimentan los estudiantes el racismo en los diferentes espacios de su escuela, y de qué manera estos lugares favorecen la perpetuación de actitudes racistas en el contexto escolar? Se planteó realizar dinámicas en un taller participativo en el que los estudiantes crearon mapas que reflejan sus experiencias y percepciones sobre el racismo en distintos espacios de la escuela. Estos mapas permiten visualizar las dinámicas racistas tanto en ámbitos formales como informales, revelando cómo ciertos lugares se asocian más frecuentemente con actitudes discriminatorias.
A partir de los resultados obtenidos, se ofrece una reflexión crítica sobre el racismo institucional y su impacto en la convivencia escolar, subrayando la importancia de abordar este fenómeno desde múltiples perspectivas para fomentar entornos educativos más inclusivos y equitativos. Finalmente, el artículo examina la relevancia de la cartografía social en contextos educativos, destacando cómo esta metodología permite captar tanto las dimensiones objetivas como subjetivas de los espacios escolares, proporcionando una herramienta valiosa para visibilizar prácticas racistas que, a menudo, pasan desapercibidas.
Un primer aspecto a analizar es la concepción y manifestación del racismo. Esta sección se centra en los fundamentos teóricos del análisis del racismo y la cartografía social en el ámbito educativo. El racismo, según Grosfoguel (2012), es parte de una jerarquía de dominación que establece relaciones de superioridad e inferioridad a lo largo de la historia. No se limita únicamente al racismo basado en el color de la piel, sino que abarca diversas formas de discriminación que varían según el contexto. Este fenómeno ha sido normalizado y reproducido por sistemas de poder que perpetúan prácticas racistas hacia grupos considerados inferiores.
El racismo no solo se manifiesta en las interacciones sociales cotidianas, como señala Menéndez (2017), sino también en las estructuras sociales y económicas, según Aguilar (2012). Este arraigo estructural crea obstáculos invisibles pero significativos
,que fomentan la exclusión y discriminación en diferentes sectores de la sociedad. A nivel institucional, el racismo se ha integrado en las políticas públicas y educativas, afectando principalmente a los pueblos indígenas y afrodescendientes, quienes han sido marginados del desarrollo nacional bajo un discurso de mestizaje.
En el contexto educativo mexicano, las dinámicas racistas siguen presentes en todos los niveles, impactando en el desarrollo social y académico de los estudiantes, especialmente entre los grupos más vulnerables. Velasco (2016) señala que estas prácticas no solo limitan las oportunidades de crecimiento, sino que también pueden llevar a la deserción escolar, un problema particularmente grave para los estudiantes indígenas y afrodescendientes, quienes han sido históricamente excluidos del sistema educativo.
Un segundo aspecto a tomar en cuenta son las manifestaciones del racismo en la educación básica. Al respecto, encontramos que el racismo institucional, como lo define Mato (2023), está arraigado en las normas y prácticas de las instituciones, incluidas las educativas, lo que perpetúa las desigualdades raciales. En el ámbito escolar, Navia y Czarny (2024) subrayan que este racismo se expresa al “negar procesos de aprendizaje culturalmente situados, o privilegiar la superioridad de la ‘ciencia’ y del ‘método científico’ por encima de otras formas de conocimiento” (p. 7). Estas dinámicas refuerzan jerarquías de saberes y culturas, legitimando el racismo de manera sutil y consolidando las desigualdades en el sistema educativo.
Velasco y Baronnet (2016) señalan que el racismo en las escuelas mexicanas se perpetúa a través de contenidos curriculares que omiten las historias de los pueblos indígenas y afrodescendientes, promoviendo una identidad mestiza como visión nacional. Esta omisión contribuye a la reproducción de jerarquías raciales en la convivencia diaria, donde los estudiantes que no se ajustan a esta visión nacional dominante suelen ser excluidos (Velasco & Baronnet, 2016). La escuela se convierte en un espacio donde las jerarquías raciales se refuerzan y la exclusión se normaliza. Según Velasco (2018), la violencia racial en las escuelas puede adquirir diversas formas, dejando cicatrices emocionales, psicológicas y sociales en quienes la sufren. Esta violencia, vinculada a estereotipos y prejuicios, genera un daño profundo que afecta tanto el desarrollo social como la integración de los estudiantes. Además, estas dinámicas se replican dentro y fuera de las aulas, perpetuando la discriminación en la sociedad (Velasco, 2018).
Un tercer aspecto que ha sido estudiado es lo que denomino “habitar el racismo en el espacio escolar: cartografías y la reproducción de relaciones racistas”. Para entender cómo se manifiesta el racismo en el entorno escolar, resulta útil considerar el concepto de “habitar” propuesto por Heidegger. Para él, habitar va más allá de la mera ocupación física de un espacio; implica cómo los individuos se reconocen y relacionan en dicho espacio. Heidegger sugiere que nuestra forma de ser en la tierra está intrínsecamente vinculada al habitar, y en un sistema racista como el escolar, esto significa que las relaciones cotidianas se desarrollan y perpetúan bajo una lógica racista que se acepta y reproduce sin cuestionamiento. Estudiantes, docentes y otros miembros de la comunidad escolar enfrentan diversas manifestaciones de racismo que frecuentemente pasan inadvertidas, sin barreras efectivas que prevengan su construcción y reproducción en el entorno escolar.
De acuerdo con Cuevas (2003), los pueblos y sus prácticas, junto con sus giros lingüísticos, coexisten en un espacio imaginario y una memoria compartida que forman parte de la cultura dinámica. Esto implica que habitar no solo se refiere a la ocupación física del espacio, sino también a la creación de significados y relaciones culturales fundamentales para la identidad de sus habitantes. Por lo tanto, el racismo en los espacios escolares no se manifiesta solo a través de acciones directas, sino también en los significados compartidos y en las relaciones que se establecen en estos entornos.
Heidegger (1971) sostiene que el habitar construye el espacio, ya que “no habitamos porque hemos construido, sino que construimos y hemos construido en la medida en que habitamos”(p. 1), indicando que la ideología racista es parte de la construcción social e histórica, legitimada y mantenida por quienes habitan bajo este sistema.
La cartografía social, al representar el espacio físico y situar puntos referenciales con significados específicos, destaca la importancia de la espacialidad en la manifestación del racismo. Cuevas (2016) argumenta que el espacio no debe verse como una dimensión estática, sino como un campo reflexivo donde se estudian las relaciones que configuran el mundo. La cartografía social facilita la comunicación y reflexión sobre los fenómenos escolares, permitiendo observar y analizar las múltiples realidades de los estudiantes. Según Barragán (2018), la cartografía actúa como un lenguaje de representación del espacio, utilizando imágenes, signos y símbolos para comunicar la realidad, lo que ayuda a entender cómo el racismo se perpetúa y se legitima a través del lenguaje y otros recursos en los espacios escolares.
La cartografía social se emplea como una herramienta metodológica esencial para examinar cómo se manifiestan las dinámicas de racismo en el ámbito escolar. Este enfoque participativo permite no solo la recolección y el análisis de datos, sino también una comprensión más profunda de las interacciones complejas entre los estudiantes. La cartografía facilita la identificación de cómo ciertos espacios dentro de la escuela pueden contribuir a la producción y reproducción de violencia, al reflejar dinámicamente las experiencias cotidianas de los estudiantes. La investigación se basa en la idea de que los mapas no solo representan, sino que también producen y transforman el entorno, cumpliendo una función ideológica al familiarizar a los sujetos con su espacio y naturalizar las relaciones que en él se permiten (Diez-Tetamanti & Rocha, 2016).
La intervención cartográfica se llevó a cabo en un solo día en las instalaciones de la escuela secundaria, específicamente en la biblioteca. Se realizaron tres sesiones de aproximadamente dos horas cada una, comenzando a las 8:00 y concluyendo a las 14:00 horas. Participaron 30 estudiantes de segundo y tercer grado. El taller se estructuró en tres etapas clave; en cada sesión se visibilizaron enfoques diferentes en la participación estudiantil, lo que permitió explorar diversas perspectivas y experiencias en torno al racismo.
La primera etapa inició con una presentación introductoria sobre el racismo, diseñada para sensibilizar a los estudiantes y motivar la reflexión en torno a este tema. Durante la presentación, se plantearon preguntas como las siguientes: ¿Qué es el racismo para ti?, ¿Has presenciado alguna manifestación de racismo? Para fomentar la participación activa y abrir un espacio de diálogo. Los estudiantes se mostraron receptivos, comentando y respondiendo a las preguntas formuladas, lo que generó un ambiente de reflexión conjunta.
Posteriormente, se les pidió organizarse en equipos de 3 a 4 participantes y se les explicó que realizarían un mapa de la escuela en hojas de rotafolio cuadriculadas, identificando diferentes espacios como salones, patios, dirección, canchas, bibliotecas, y baños. Además, se les pidió que marcaran los lugares que consideraban preferidos y no preferidos, así como aquellos en los que habían vivido o presenciado situaciones de violencia o actitudes racistas. Para señalar estas experiencias, se utilizó una simbología específica (Tabla 1), permitiendo a los estudiantes clasificar los incidentes en función de las razones percibidas: color de piel, vestimenta, idioma, condición de migrante o pertenencia a pueblos originarios o afrodescendientes.
Tabla 1
Simbolos para identificar espacios
Fuente: elaboración propia.
A medida que avanzaba la actividad, surgieron preguntas sobre qué situaciones debían considerarse racistas. Algunos estudiantes no tenían claro si ciertos términos o acciones, como insultar a alguien llamándolo “negro”, constituían racismo. La respuesta se abordó desde la intención detrás de la acción: si la intención era inferiorizar o maltratar, debía considerarse como una forma de racismo. Este intercambio promovió un debate significativo sobre la naturaleza del racismo y la subjetividad en su percepción.
Durante el desarrollo de la actividad, los estudiantes reorganizaban sus mapas, incorporando símbolos que representaban sus experiencias. En algunos casos, discutían o debatían sobre los incidentes y sus implicaciones, sorprendidos o incluso riéndose de las anécdotas compartidas por sus compañeros. La diversidad de opiniones reflejaba la complejidad del fenómeno, evidenciando la necesidad de contextualizar y comprender la intención detrás de cada comportamiento.
En la última etapa, los estudiantes marcaron los lugares en sus mapas donde interactuaban cotidianamente, señalando las experiencias de racismo identificadas. Aunque los profesores y el personal administrativo no intervinieron directamente en la actividad, algunos se acercaron a conversar sobre el tema y compartir sus propias experiencias relacionadas con el racismo en la escuela.
El ejercicio de cartografía social permitió no solo visibilizar las dinámicas racistas en el entorno escolar, sino también fomentar un espacio para el diálogo y la autoevaluación sobre estas problemáticas, involucrando activamente a los estudiantes en la reflexión sobre sus vivencias cotidianas.
Figura 1
Estudiantes durante la realización de las cartografías
Fuente: fotografías tomadas por Salvador Madrid en el transcurso del taller.
La cartografía social resultó ser una herramienta eficaz para explorar las relaciones y dinámicas en los espacios escolares, especialmente en cuanto a la identificación de momentos y lugares donde el racismo es más frecuente e intenso. Los mapas elaborados por los estudiantes durante el taller ofrecen una representación visual de las experiencias individuales y colectivas en torno al racismo, permitiendo una comprensión más intuitiva y directa de sus vivencias. Cada mapa no solo refleja la estructura física de la escuela, sino también las dinámicas sociales que ocurren en ella, convirtiéndose en una herramienta clave para visualizar y cuestionar la distribución espacial del poder y la exclusión en el entorno escolar (Diez-Tetamanti & Rocha, 2016).
IV.1. Contexto escolar: cartografía social en una secundaria de la Ciudad de México
La intervención se llevó a cabo en la Escuela Secundaria Diurna N° 284 “Gustavo Cabrera Acevedo”, situada en el pueblo de Ejidos de San Andrés Totoltepec, en la Alcaldía Tlalpan, Ciudad de México. Esta escuela se encuentra en una zona que combina características urbanas con rurales, lo que le otorga un contexto particular para el desarrollo de la vida estudiantil. Ubicada en el kilómetro 23 de la carretera federal México-Cuernavaca, en un área conocida como “El Cerrito”, la escuela no solo atiende a los jóvenes del pueblo, sino también a estudiantes provenientes de comunidades aledañas como San Miguel Xicalco, San Pedro Mártir y San Miguel Topilejo, todos pueblos originarios de la Ciudad de México. Este entorno diverso en términos culturales y socioeconómicos, donde predominan actividades económicas tradicionales como el comercio local, la agricultura y la ganadería, genera una interacción rica entre los estudiantes cuyas experiencias y trayectorias familiares se entrecruzan.
La ubicación geográfica de la escuela y su cercanía a importantes vías de transporte han facilitado el acceso de estudiantes de otras localidades, convirtiendo al espacio escolar en un punto de encuentro clave para jóvenes con diferentes orígenes y vivencias, lo que enriquece, aunque también complejiza, las dinámicas sociales y educativas que allí se desarrollan (Figura 2).
Figura 2
Ubicación de la Escuela Secundaria
Fuente: imagen extraída de Google maps
Al estar ubicada en un cerro, el terreno normalmente es inclinado y su acceso puede realizarse por el puente peatonal y por veredas de calles aledañas. Es importante mencionar que las calles aledañas, en una parte, son pavimentadas y otras son calles con escaleras estrechas. Cuentan con todos los servicios básicos de vivienda.
A pocas calles de la secundaria está el panteón del pueblo y también un pozo de agua. Alrededor de la escuela la mayoría de las construcciones son casas; en algunas de estas, se identifica negocios familiares como tienditas, papelerías, venta de alimentos, entre otros. También está muy cerca la Unidad de Especialidades Médicas, de la Secretaría de Salud de la Ciudad de México (UNEME-CAPA).
La estructura de la escuela consta de cuatro edificios. La planta baja del primer edificio es utilizada para asuntos administrativos. En ese mismo edificio, hay cinco aulas más y un baño. En el segundo edificio, en la planta baja, se ubican los laboratorios de Química y un cuarto que aparentemente funciona como una bodega.
En los otros dos edificios, las plantas bajas alojan los talleres, salones de Música, de Computación y otros más que funcionan como oficinas del turno vespertino. También en estos edificios están ubicados los salones de Artes, de Dibujo, de Corte y Confección, de Electricidad, entre otros. Al ingresar a la escuela, hay un aula provisional que funciona como un área administrativa (figura 3).
Figura 3 Entrada de la secundaria
Fuente: fotografía tomada por Salvador Madrid, 1-2-2021.
La escuela cuenta con dos espacios al aire libre de gran amplitud, en uno de ellos hay una cancha de básquetbol que se ocupa principalmente en las horas del descanso y también para las clases de educación física. Este tipo de áreas recreativas son clave para el análisis de las dinámicas escolares (figura 4).
Figura 4. Primer patio
Fuente: primer patio. Tiene ilustrado un mural que muestra los bosques característicos de la comunidad (Fotografía tomada por Salvador Madrid, 1-2-2022).
Los mapas generados por los estudiantes durante el taller de cartografía social constituyen el núcleo visual del análisis de esta intervención. Cada una de las representaciones gráficas recoge, de manera simbólica y personalizada, las experiencias individuales y colectivas en torno al racismo dentro de los espacios escolares. A través de estos mapas, es posible visualizar los lugares donde los estudiantes perciben o han experimentado interacciones racistas, facilitando una comprensión más intuitiva y directa de sus vivencias.
Se presentan algunos de los mapas elaborados por los estudiantes (Figura 5), los cuales reflejan no solo la estructura física de la escuela, sino también las dinámicas sociales que ocurren en ella. Cada mapa ofrece una interpretación única de los espacios y las experiencias de racismo vividas, convirtiéndose en una herramienta clave para visualizar y cuestionar la distribución espacial del poder y la exclusión en el entorno escolar.
Figura 5
Cartografías realizadas por los y las estudiantes
Fuente: se muestran algunos resultados de cartografía.
La cartografía muestra un plano detallado de la escuela secundaria, representado con la percepción del estudiantado. Se identifican diferentes áreas, como salones, patios, laboratorios, baños, biblioteca, dirección y otros espacios relevantes para la vida cotidiana de los estudiantes. La organización de estos espacios refleja la distribución física de la escuela.
En el mapa de la izquierda, se utilizan distintos colores y símbolos para marcar espacios específicos. Por ejemplo, algunas áreas están resaltadas en rojo, verde o azul, lo que podría indicar la categorización de los lugares (preferidos, no preferidos, o asociados con situaciones particulares). También se observan íconos de figuras humanas, que podrían señalar áreas donde se han producido interacciones sociales importantes o experiencias relacionadas con el racismo.
Algunos lugares, como salones específicos o patios, parecen estar marcados de forma destacada, lo que podría indicar que han sido identificados por los estudiantes como sitios donde han ocurrido incidentes relacionados con actitudes o comportamientos racistas. Esto puede incluir insultos, burlas o exclusión basada en características como el color de piel, la vestimenta o el origen cultural.
La distribución de los lugares marcados puede dar pistas sobre la recurrencia de incidentes en espacios específicos, como pasillos, patios o baños, donde el control de los adultos es menor y las interacciones entre estudiantes pueden ser más frecuentes. También podría revelar la percepción de zonas donde las convivencias son seguras y zonas problemáticas dentro de la escuela.
Por su parte, la cartografía del lado derecho muestra diferencias significativas como el uso de círculos alrededor de ciertos espacios; esto sugiere que estos lugares han sido destacados por los estudiantes por diversas razones, principalmente porque han presenciado acciones racistas como insultos, han observado que existen estereotipos y burlas.
Es importante destacar que el patio parece ser un área central y destacada en el mapa, con varios símbolos y marcas alrededor. Esto puede indicar que es un espacio donde ocurren con frecuencia interacciones sociales que involucran convivencias racistas y exclusión. Otros lugares como los baños o algunas aulas específicas también están marcados, lo que podría reflejar experiencias negativas en esos entornos.
Las aulas y talleres también indican una presencia importante de convivencias, en las que están presentes diferentes motivos como son insultos, ataques racistas y apodos a causas diferentes como son la lengua, la vestimenta, entre otras circunstancias. Esto puede sugerir que las áreas donde se reconoce la presencia del docente también existen convivencias racistas.
Los resultados de los mapas realizados por los estudiantes coinciden en diferentes aspectos, ya que no solamente muestran la estructura física de la escuela, también se identifican patrones muy claros sobre cómo evidencian el racismo en su entorno escolar y que puede ir vinculado no solamente a la convivencia con sus compañeros, sino, también con el profesorado, y demás miembros de la comunidad escolar. Estos mapas permiten identificar lugares donde los estudiantes han experimentado interacciones racistas, lo que ofrece una visión más profunda de cómo se distribuyen el poder y la exclusión dentro de la escuela.
La experiencia sobre el uso de cartografías permite que las capturas realizadas por los propios estudiantes hacen visible las perspectivas únicas de los estudiantes sobre el racismo. Cada representación refleja experiencias particulares que varían según la identidad de cada estudiante, lo que sugiere que el racismo no se vive de manera homogénea, aunque es importante mencionar que ciertos grupos de estudiantes señalaron áreas específicas como más hostiles, lo que indica que la exclusión no está distribuida de manera equitativa en todos los espacios de la escuela. Este enfoque individualizado ofrece un panorama más completo de cómo se manifiesta el racismo dentro de la comunidad estudiantil.
Un aspecto crucial de los mapas es su capacidad para cuestionar la distribución espacial del poder. Los estudiantes no solo identifican áreas de conflicto, sino que, a través de sus cartografías, subrayan cómo la supervisión institucional impacta en las dinámicas. Los espacios formalmente supervisados tienden a ser percibidos como más seguros, lo que sugiere que el racismo es más visible en aquellos lugares donde la vigilancia es débil. Esto plantea preguntas sobre la capacidad de los mecanismos formales para abordar el racismo en espacios menos controlados.
La comparación de las cartografías elaboradas por los estudiantes aporta información muy valiosa. Durante las intervenciones se pudo observar que era un ejercicio que el estudiantado no tuvo ningún tipo de problema para identificar; esto puede dar pistas para reconocer que en el espacio escolar la violencia es algo muy presente y tiene efectos en la población estudiantil.
Este ejercicio de cartografía social también revela que la violencia no solo es reconocida y recordada fácilmente por los estudiantes, sino que se percibe como un fenómeno estructural que afecta a diferentes espacios de la escuela. La capacidad de los estudiantes para localizar con precisión las zonas conflictivas indica que la violencia en el entorno escolar no es aleatoria ni esporádica; más bien, sigue patrones específicos que están vinculados a las dinámicas de poder, exclusión y vigilancia. Esto nos lleva a reflexionar sobre cómo las relaciones de poder en la escuela contribuyen a la consolidación de estos espacios “preferidos” y “no preferidos”, donde se reproducen actos de violencia y exclusión relacionados con el racismo.
El estudiantado, al visualizar sus vivencias en los mapas, no solo está denunciando las experiencias de racismo y violencia, sino que también está reconociendo cómo estos actos forman parte de la cultura cotidiana de la escuela. Este proceso de cartografía permite identificar que las violencias suelen ser normalizadas y que a menudo pasan desapercibidas.
El impacto de estas dinámicas es profundo, ya que la violencia, al ser constante, puede afectar tanto el bienestar emocional como el rendimiento académico de los estudiantes. Como es visible, ciertos espacios se convierten en zonas de tensión psicológica y emocional, donde el estudiantado siente que no puede estar seguro o libre de hostigamiento. Posiblemente esta sensación de inseguridad se agrava para los estudiantes pertenecientes a minorías étnicas o culturales, quienes experimentan formas de violencia más dirigidas y explícitas, tal como lo demuestran las cartografías de aquellos que enfrentan exclusión por razones lingüísticas o raciales.
Asimismo, el ejercicio de la cartografía permitió a los estudiantes plasmar algo que posiblemente no identificaban del todo, es decir, el reconocimiento de las jerarquías de poder que operan en la escuela en todos los miembros de la comunidad estudiantil. Así es como los mapas muestran cómo la violencia y los actos de exclusión no son incidentes aislados, sino que están profundamente entrelazados con las relaciones cotidianas en la escuela.
Se sugirió dividir el análisis en tres bloques, con el objetivo de identificar los resultados de manera más clara y organizada. Esto permite desglosar los fenómenos en función de cómo se presentan las dinámicas de poder y racismo dentro del entorno escolar. Al separar el análisis, es posible profundizar en cada uno de estos aspectos y entender mejor las interacciones y patrones que surgen en los distintos espacios identificados por los estudiantes en sus cartografías.
A partir de la recopilación y síntesis de los datos obtenidos mediante la estrategia cartográfica, emergen patrones claros en las percepciones de los estudiantes sobre su entorno escolar. Los espacios “no preferidos” y “preferidos” revelan más que una simple categorización geográfica, son una ventana a las dinámicas de poder, control y resistencia que operan en la escuela. Por ejemplo, la dirección no es vista como un lugar atractivo o acogedor para los estudiantes, aunque, curiosamente, no reportan insultos ni ataques racistas en ese espacio. Esto sugiere que la presencia de la autoridad educativa impone una sensación de orden y vigilancia, lo que probablemente inhibe conductas abiertamente conflictivas. Sin embargo, la percepción negativa hacia este espacio también refleja una distancia emocional entre los estudiantes y las figuras de autoridad, indicando un entorno más controlado que inclusivo.
En contraste, la sala de orientación emerge como un espacio intermedio, donde se han reportado incidentes de insultos, aunque con menor frecuencia los ataques racistas. Este lugar parece estar marcado por una tensión entre su rol como espacio de contención emocional y las fricciones inherentes a las relaciones de poder entre estudiantes y orientadores. Los prefectos, cuyo rol es mantener el orden, podrían estar exacerbando esta tensión, lo que a su vez crea una atmósfera que no es del todo segura para los estudiantes, especialmente para aquellos que enfrentan exclusión por razones lingüísticas o culturales.
El caso de los baños escolares es particularmente revelador: siendo un espacio íntimo y de uso compartido, debería proporcionar un respiro del control escolar. Sin embargo, los estudiantes reportan insultos y ataques racistas en este lugar, lo que indica que, en ausencia de supervisión directa, se manifiestan dinámicas de violencia simbólica y exclusión. Este espacio “íntimo” se convierte, paradójicamente, en uno de los más inseguros, un reflejo claro de las jerarquías informales que también se hacen evidentes fuera del aula.
La entrada a la escuela funciona como una frontera entre el “adentro” y el “afuera”; pero más que una simple transición física, se convierte en un lugar de conflicto. Los estudiantes perciben este lugar como cargado de tensión, debido a la constante presencia de insultos y apodos, muchos de los cuales tienen un trasfondo racista. La influencia de actores externos, como exalumnos y jóvenes de la comunidad circundante, amplifica esta hostilidad, reforzando la idea de que las dinámicas de exclusión no solo están presentes dentro de la escuela, sino que están conectadas con el entorno social más amplio. Como señala una exalumna, “había mucha influencia del exterior... mucha gente ajena a la escuela que iba a provocar conflictos”, lo que subraya la permeabilidad de las fronteras escolares y cómo estas contribuyen a las experiencias de exclusión y violencia racial.
IV.4. Lugares preferidos
En contraste con los espacios percibidos como hostiles o no preferidos, dentro del aula surgen lugares que los estudiantes consideran agradables; siendo la biblioteca es uno de los más destacados. Los estudiantes lo describen como un lugar donde las dinámicas racistas no parecen tener cabida, lo cual es significativo, ya que la biblioteca suele ser un espacio asociado al aprendizaje y al ocio, ofreciendo un refugio frente a las interacciones conflictivas. Además, el hecho de que esta estrategia de investigación se haya realizado en la biblioteca podría haber reforzado su percepción como un espacio seguro, donde las actividades lúdicas y audiovisuales amplían la experiencia más allá de la simple lectura, fomentando un ambiente de apertura y creatividad.
Este análisis toma un giro más complejo cuando observamos las canchas y el patio. Aunque son marcados reiteradamente como lugares preferidos, surgen tensiones inherentes a la convivencia escolar. Los estudiantes expresan un profundo agrado por estas áreas, lo que subraya la importancia de los espacios de recreo en su cotidianidad. Pero al mismo tiempo, estos mismos lugares son donde se manifiestan con mayor frecuencia insultos, apodos y ataques racistas, especialmente vinculados al color de piel, la vestimenta y el lenguaje. Esta aparente contradicción de espacios que son preferidos, pero donde también abunda el racismo, revela una normalización inquietante de las interacciones que se establecen en la escuela.
Este hallazgo es revelador, ya que confirma lo expuesto, que aquellos lugares donde los estudiantes sienten mayor libertad y oportunidades para interactuar también son los espacios donde las dinámicas de poder y exclusión se hacen más visibles. La convivencia en las canchas, lejos de ser un terreno neutral, se convierte en un microcosmos de las relaciones sociales más amplias, donde el racismo se entreteje en las interacciones diarias, normalizado hasta el punto de que los estudiantes, a pesar de ser víctimas o testigos de discriminación, siguen percibiendo el lugar como “agradable”. Este contraste refleja una dualidad perturbadora en la vida escolar, donde el disfrute del espacio no anula las tensiones, sino que, de algún modo las incorpora.
Los estudiantes trazan un mapa dualista de su experiencia escolar, distinguiendo entre espacios agradables y desagradables, pero también revelan zonas donde estas categorías se entremezclan, reflejando la ambigüedad inherente a la convivencia diaria. En el caso de las aulas, se identifica un alto índice de insultos y apodos, lo que coincide con los reportes en los patios. Estos espacios no solo se destacan por las ofensas verbales, sino también por los ataques racistas, principalmente motivados por el color de piel y el lenguaje. Lo más preocupante es la reiteración de estas prácticas, lo que sugiere una normalización del racismo dentro de un espacio donde los estudiantes pasan la mayor parte de su tiempo.
Los laboratorios generan opiniones divididas entre los estudiantes: algunos los perciben como lugares agradables, mientras que otros no comparten esa visión. A pesar de que los insultos y apodos son menos frecuentes aquí, los ataques racistas siguen presentes, aunque en menor proporción. Este patrón se repite en los talleres, donde predominan opiniones positivas; pero los insultos y, en menor medida, los apodos y ataques racistas aún forman parte del paisaje escolar.
La identificación de pocos espacios libres de racismo como la biblioteca o “la tiendita” subraya una realidad inquietante: el racismo impregna la mayoría de los lugares en la escuela, incluso aquellos considerados agradables o de alto grado de convivencia, como las canchas y el patio durante el recreo. Esta paradoja nos lleva a reflexionar sobre la naturaleza del racismo en el entorno escolar, que ha sido tan normalizado que los estudiantes lo integran en su percepción de la convivencia diaria. En este sentido, los lugares que se perciben como más libres, donde la interacción y el diálogo fluyen, también son los que están más saturados de prácticas racistas, lo que revela una convivencia en la que la exclusión y la violencia simbólica coexisten con la libertad aparente.
La Figura 6 muestra esta complejidad al identificar que, de los once lugares señalados por los estudiantes, en ocho de ellos se detecta prácticas racistas. Esto incluye espacios apreciados, como las canchas y el patio, lo que pone de manifiesto que la convivencia diaria en la escuela está marcada por la integración de comportamientos racistas como parte del “orden natural” de las interacciones sociales. La normalización del racismo en estos espacios refleja una cultura escolar donde las relaciones jerárquicas y las exclusiones basadas en la diferencia racial son aceptadas sin cuestionamientos profundos.
Figura 6
Espacios de racismo en la escuela
Fuente: elaboración propia.
Particularmente revelador es el caso del aula, que se ubica en el centro de la figura, como el lugar donde el racismo ocurre con mayor frecuencia. A pesar de esta constante presencia de discriminación, algunos estudiantes siguen percibiendo el aula como un lugar agradable, mientras que otros la consideran poco favorable. Esto refuerza la idea de que, en un espacio donde los estudiantes pasan la mayor parte del día, el racismo se ha entrelazado de manera tan profunda en las dinámicas sociales que pasa inadvertido o es visto como una parte más de la convivencia. Las respuestas de los estudiantes a menudo se limitan a reconocer la existencia de ataques racistas sin precisar sus causas, lo que podría sugerir una aceptación o una falta de reflexión crítica sobre la naturaleza de estas interacciones.
Este análisis resalta una cuestión central; el racismo no es solo un problema de ciertos espacios “conflictivos”, sino que está integrado en la propia estructura social de la escuela, en la cotidianidad de las relaciones entre los estudiantes. Así, la normalización del racismo en espacios clave como el aula exige una intervención que no solo aborde los incidentes aislados, sino que examine las dinámicas más amplias de poder y exclusión que los sustentan.
Los resultados obtenidos a través de la cartografía social revelan una realidad compleja y preocupante: el racismo no solo está presente en la vida cotidiana de los estudiantes de secundaria, sino que se ha normalizado a tal punto que aparece incluso en los espacios que ellos consideran agradables. Este hallazgo refuerza lo planteado por autores como Grosfoguel (2012) y Aguilar (2012). El racismo no es un fenómeno aislado ni accidental, sino una estructura profundamente arraigada en las relaciones sociales e institucionales.
La dualidad entre los espacios “agradables” y “desagradables” en el entorno escolar refleja cómo las relaciones de poder, control y exclusión se manifiestan de manera espacial. La cartografía elaborada por los estudiantes destaca que lugares como las canchas o el patio, considerados zonas de libertad y recreación, son también escenarios de interacciones racistas. Esto sugiere que los espacios con mayor convivencia son también aquellos donde se expresan con mayor libertad las dinámicas de poder que perpetúan las actitudes racistas. Este hallazgo es consistente con lo propuesto por Velasco y Baronnet (2016), quienes identifican cómo la convivencia escolar refuerza las jerarquías raciales.
Además, los datos muestran que la violencia racista es particularmente fuerte en las aulas, un espacio central en la vida escolar. A pesar de esto, muchos estudiantes siguen considerando el aula como un lugar agradable, lo que subraya la normalización del racismo y su integración en las relaciones sociales cotidianas. Esta contradicción revela la profunda interiorización de las prácticas discriminatorias, que se vuelven invisibles o, en algunos casos, aceptadas por los estudiantes.
Este fenómeno de invisibilidad y aceptación es una manifestación clara del racismo institucional que describe Mato (2023), donde las estructuras educativas perpetúan las desigualdades raciales de manera sutil pero efectiva.
El análisis de los lugares “no preferidos”, como la dirección o los laboratorios, refuerza la idea de que la presencia de autoridad inhibe, pero no elimina, las dinámicas racistas. La percepción de estos espacios como lugares de orden y control destaca una desconexión entre los estudiantes y las figuras de autoridad, quienes, aunque controlan el comportamiento en ciertos contextos, no logran desmantelar las jerarquías de poder que sostienen las interacciones racistas.
En resumen, la cartografía social no solo muestra las interacciones visibles, sino que también evidencia cómo ciertos espacios de la escuela se convierten en focos de tensión racial y exclusión. Los mapas elaborados por los estudiantes revelan patrones claros de segregación y discriminación en los entornos educativos, reforzando lo señalado por Cuevas (2016), quien subraya que el espacio no es un simple escenario donde ocurren los hechos, sino una construcción dinámica que refleja y reproduce las relaciones sociales.
El presente estudio ha permitido visibilizar de manera efectiva las formas en que el racismo se manifiesta y se normaliza en el entorno escolar a través del uso de la
cartografía social como herramienta metodológica. Tal como lo afirman autores como Grosfoguel (2012) y Velasco y Baronnet (2016), el racismo no es simplemente un fenómeno incidental, sino una estructura profundamente arraigada en las dinámicas cotidianas y las relaciones de poder en el ámbito educativo. Este estudio ha mostrado cómo los estudiantes identifican los espacios que habitan a diario como lugares donde el racismo, tanto sutil como explícito se reproduce, lo que refuerza la idea de que el racismo está presente en la vida escolar.
Uno de los principales aportes de este trabajo ha sido demostrar cómo el espacio físico escolar actúa como un vehículo para la perpetuación de jerarquías raciales. Siguiendo a Heidegger (1971), quien plantea que el “habitar” implica mucho más que la mera ocupación de un espacio físico, este estudio ha mostrado que los estudiantes no solo ocupan, sino que también recrean significados racistas en su convivencia diaria. Esto es congruente con las observaciones de Cuevas (2016), quien argumenta que el espacio es un campo reflexivo donde se reproducen las relaciones de poder y exclusión, como lo evidencian los mapas elaborados por los estudiantes, que sitúan el racismo no solo en las interacciones visibles, sino también en los significados simbólicos atribuidos a ciertos espacios donde las relaciones cotidianas muestran una jerarquización, dependiendo del espacio donde estén situadas.
La cartografía social ha facilitado un diálogo crítico entre los estudiantes, lo que coincide con lo planteado por Barragán (2018) acerca del potencial de esta metodología para visibilizar fenómenos sociales complejos como el racismo. El hecho de que los estudiantes identificaran con claridad las áreas donde se experimentan dinámicas racistas, afirma que este no es un fenómeno esporádico ni aislado, sino una constante que ha sido normalizada en el entorno escolar, como lo señala Menéndez (2017) en su análisis sobre la perpetuación del racismo en las instituciones sociales.
De acuerdo con lo mencionado por Mato (2023), sobre el racismo estructural, este estudio ha mostrado que las estratificaciones en la escuela no solo están presentes en los comportamientos interpersonales, sino que también están incrustadas en las prácticas institucionales que definen el control de ciertos espacios. Tal como indican los mapas, los lugares con menor supervisión institucional son aquellos donde los actos racistas son más visibles. Como sugieren Aguilar (2012) y Velasco (2018), abordar el racismo en la escuela implica no solo identificar las instancias de discriminación, sino también transformar las relaciones de poder que las sustentan.
La cartografía social ha demostrado ser una herramienta invaluable para este propósito, al permitir que tanto estudiantes como docentes reflexionen sobre sus roles en la reproducción o el cuestionamiento de estas dinámicas.
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Nota: Declaro no tener ningún tipo de conflictos de intereses que haya influido en este artículo.