DOI: https://doi.org/10.35319/jcomsoc.2024191318
El periodismo de odio y la comunicación del conflicto
Guerras mediáticas
Fernando J. Ruiz
Sudamericana, Buenos Aires, 2014
José Luis Durán Paredes 1
Para entender la historia de las guerras mediáticas, la historia de la guerra enseña casi todo (p. 234).
El conflicto es una forma de interacción humana y, por ende, tiene una dimensión comunicacional. Los diferentes medios no solo son una parte de los enfrentamientos, sino que tienen un papel prioritario en estos, sean bélicos o ideológicos. Esta es una idea central que se destaca del libro Guerras mediáticas, del escritor argentino Fernando J. Ruiz.
El texto, publicado el año 2014, trata sobre la historia de los conflictos ideológicos y políticos que se suscitan desde la Colonia hasta el siglo XXI en Argentina. Pero no se detiene en una mirada puramente de historia de las ideas o intelectual, sino que Ruiz expone y explica la dimensión mediática de estas escaramuzas en donde se percibe un amplio trabajo con el lenguaje, el despliegue de ideas, reformulaciones y referencias del contexto mismo en medio del cual se enfrentan.
A pesar de que los enfrentamientos son numerosos y heterogéneos en enunciados, visiones y finalidades, “los ingredientes son los mismos”, asegura Ruiz. Y tal como observaremos en el libro, con el periodismo como centro, el desarrollo de ambientes, climas, a partir de palabras y redirecciones de los hechos, estimulan legitimidades y emociones en la opinión pública; dirigen atenciones.
La introducción del libro bien puede funcionar como un ensayo libre sobre la ontología del periodismo. En esta se exponen conceptos importantes que giran en torno a la actividad mediática y el periodismo. Resalto en esta reseña dos ideas claves que se establecerán alrededor de todo el texto.
1. “Llegados a este momento del proceso polarizador, cuando se masifica el agravio, es más fácil advertir cómo los periodistas gestionan no solo palabras, sino sobre todo climas. Y van fabricando, fogueando y amplificando así la emoción que penetra y desborda, en un primer momento, la vida pública y luego ya politiza las relaciones sociales” (p. 13).
2. “El problema de la guerra mediática es que refuerza y amplifica la división de la sociedad. Las sociedades siempre tienen líneas divisorias, fisuras en los distintos sectores e instituciones, y la fertilidad de la guerra mediática está en ahondar esa división preexistente” (p. 15).
Durante los primeros capítulos, que se refieren a los hechos posteriores a la Revolución de Mayo de 1810, observamos cómo la mediático percibe una evolución. Las transmisiones de ideas son una prioridad, por lo que el espacio público se vuelve determinante para la difusión de imaginarios políticos. Toda revolución tiene su oposición contrarevolucionaria que enfrenta conocimientos históricos, significados y sentidos formando un despliegue abrasador de información. Las batallas no solo se miden por la cantidad de armas que un bando maneje, sino que también requiere de la legitimidad de las ideas, que soporta la justificación de sus medidas. Asimismo, el gobierno de Bernardino Rivadavia y la figura política de Juan Manuel de Rosas muestran el interés por el control informativo y la filosofía variada que se tiene en torno a la información en sí. La excelsa variedad de publicaciones de diferentes líneas de pensamiento que surgieron en Argentina hicieron posible un mayor despliegue de los significados y enunciados de las ideologías enfrentadas. Algo que estará siempre presente en la historia de aquel país.
Este periodo histórico es un inicio pertinente y significativo para lo que luego será la guerra mediática a lo largo de la historia de Argentina y que resalta la importancia prioritaria de la prensa a la distribución de las ideas y la formulación de contextos dentro del conocimiento social. En palabras del autor, “la prensa se fue convirtiendo en uno de los principales recursos para la acción pública” (p. 129).
En este sentido, Fernando Ruiz hace una afirmación significativa: “Es un error habitual creer que solo en la actual sociedad de la información es central el debate sobre el lugar político del periodismo. Nada más errado. En toda la historia republicana este ha sido uno de los puntos más sensibles de la discusión pública” (p. 127).
Es tan complejo a la vez de activo el rol del periodismo en la política que, a pesar de que aún hoy es un oficio independiente y estrechamente relacionado con el trabajo en comunicación social, no sería una sorpresa que esta disciplina total sea parte de una malla curricular de los estudios de ciencias políticas. ¿Periodismo como estudio netamente politológico? La idea ni siquiera es rebuscada. La información tiene un provecho absoluto en la lucha, tenencia y control del poder.
A lo largo del libro la prensa es quizá el medio con mayor protagonismo para el despliegue de información, así como el ejercicio del periodismo; pero claro está que no eran los únicos. Lo mediático responde a diferentes formas de expresión de ideas, tanto en diversidad de estéticas, como en formas y tonos. Y es un claro ejemplo de por qué la comunicación social y el periodismo se complementan, pero no necesariamente son la misma disciplina. Cada mensaje tiene una naturaleza propia que determina una intención diferente. El libro Guerras mediáticas representa de igual manera estas maneras de informar y de enfrentarse dentro de las luchas ideológicas.
Una forma interesante fue la de la ficción. Esta categoría es posible abordarla en su complejidad en otra reseña con otros autores, ya que su existencia es de vital importancia en la mediatización y la comunicación social. En el libro de Ruiz, hay un momento bastante llamativo en la historia de la prensa argentina: el de la ficción construida por el fraile Francisco de Paula Castañeda, personaje fundamental de la Revolución de Mayo y del ejercicio del periodismo. Castañeda fue el redactor de decenas de periódicos, donde optó por la creación de personajes para el ataque a figuras públicas, eligiendo la sátira y el sarcasmo.
En esta parte del libro, es posible entender la idea misma de la ficción y su intervención en la realidad, además de posibilitar el entendimiento una definición importante: la ficción no es lo mismo que la mentira. La ficción es una construcción muchas veces narrativa, un planteamiento que puede escarbar en la realidad y que roza, hasta a veces ingresa, a los límites con la verdad. En cambio, la mentira es lo opuesto a la verdad, no trabaja con ella sino que se opone a su construcción lógica. La ficción en cambio permite trabajar con la verdad y a veces con la mentira misma, pero no es tal, ya que su formulación y expresión se presenta con sentidos diferentes.
De igual manera durante el Gobierno de Rosas, lo representa el libro, comienza a verse una atención a la imagen y el trabajo del discurso. Las estéticas políticas aparecían. Esto, sin ninguna duda, es por supuesto una forma mediática de conflicto, puesto que al igual que el periodismo, la litografía tenía un uso político e ideológico. Se denigraba al oponente o se exaltaba la imagen propia. El discurso tenía un trabajo similar. Era un tejido minucioso de la palabra para conflictuar representaciones, crear significados en el oponente que no necesariamente le correspondían. Este tipo de construcciones comunicacionales se observarán a través de todo el texto en diferentes momentos que representa Fernando Ruiz con los diferentes actores políticos.
Una interrogante con la que el lector puede encontrarse con el libro Guerras mediáticas es la del cuestionamiento del rol del periodismo y el periodista. Los manuales y las determinaciones deontológicas nos han expuesto un marco importante de lo que es el periodismo: un ejercicio con y para la verdad. La actitud profesional del periodismo, entonces, correspondería al de la imparcialidad, la ética con el manejo informativo y los valores de un oficio que respeta los hechos para presentarlos con un trabajo con la información al público.
Eso es el periodismo; pero ¿lo es en verdad? En 1857, el entonces senador en Argentina, Domingo Faustino Sarmiento, presenta un proyecto de regulación a la prensa “para que las calumnias, injurias o difamaciones pudieran ser juzgadas por jueces civiles o criminales” (p. 146). Y no era para menos. Tal como Ruiz señala en el libro, el periodismo trabajaba a favor de las ideologías desde siempre y lo continuó haciendo hasta llegado el siglo XXI. Con la publicación masiva e indiscriminada de prensa, las guerra de los insultos parecía total.
Ya para la llegada de la democracia en Argentina, los medios adquirían un poder tan estructurado que las diferentes dimensiones de poder intervenían y requerían de ellos. La relación poder-prensa se expone con la particular identificación de tres periodistas que fueron presidentes: Bartolomé Mitre, Faustino Sarmiento y Nicolás Avellaneda. Resaltar estos nombres no será causal para el libro puesto que representa la importancia en la actividad pública del oficio de periodista, claramente ligado con el accionar político. O la reforma constitucional de 1870 en Buenos Aires y la epidemia de fiebre amarilla de 1871, ambos ejemplos particularizados por el autor para ratificar el poder de los medios.
Ya en el siglo XX, se puede notar en el libro Guerras mediáticas una mayor intención de control y coacción a los medios y cuándo era conveniente su uso y apropiación. El oficio del periodismo, aunque aún tenía una relación política, también poseía una institucionalidad del perfil periodístico. Con las dictaduras, el control fue aún mayor, aunque no total, con la línea de seguridad nacional, frente a las amenazas de la revolución de izquierda en la Guerra Fría.
Esto expone al lector una realidad sobre el oficio del periodismo: la parcialidad es una constante del oficio y la responsabilidad sobre la opinión pública es determinada, más que por la ética informativa, por el manejo de emociones, ideas, actitudes y climas. Ya en la parte final del libro, el autor resalta caracteres que determinan la realidad de lo que es el periodismo y el trabajo mediático. Entre los más importantes están el poder que tiene el oficio periodístico, la influencia sobre la formación de agendas, los intereses que juega constantemente y su relación con el Estado, de control y correspondencia, o de conflicto.
Otra aspecto importante estudiado es el de la naturaleza militante del periodista. Acá es donde aparece de manera directa la crítica a la profesionalidad por parte del autor. El periodista militante es uno que está inserto emocionalmente en un polo en conflicto y que cree estar en el bando correcto. Además, es una manera de radicalidad por parte del sujeto inserto en esta profesión. De igual manera, se señala los cambios de contextos para la determinación de la profesionalidad. La dependencia a un poder político y la falta de recursos en los medios, son parte de los causantes de la caída de la profesión periodística en la militancia.
Sin embargo, la profesionalidad periodística aún continúa buscando su institucionalidad, defendiendo los valores, el deber del oficio y el valor de la independencia.
Guerras mediáticas, de Fernando J. Ruiz, es una exploración sobre la realidad conflictiva de los medios y el ejercicio periodístico. El lector interesado en la historia, el estudio del manejo de poder y el periodismo entenderá las formas y prácticas de una de las dimensiones de enfrentamiento político que va por el uso del lenguaje, la distribución de información, el juego del ingenio y la coacción.
A pesar de que el estudio se centra en Argentina, la realidad mediática es similar a lo que las democracias “jóvenes” vivieron durante sus vidas como repúblicas. El poder siempre tuvo el ojo encima de la prensa y los periodistas se enfrentaron a la presión Estatal que consta de la toma de un bando ideológico y la parcialidad en el manejo de información. La institucionalidad periodística no tuvo los cimientos suficientes para plantear una independencia sostenible.
La crítica presente en el libro de Ruiz, sin duda, apunta a una realidad mediática politizada como la boliviana. La función mediática e informativa cumplen un rol en defensa de los intereses particulares más que los de la formación ciudadana. Esto no necesariamente es “malo”, puesto que verlo así es dar un tono moral al análisis de los medios de prensa (algo que por supuesto es posible), pero sí denota consecuencias que se deben tener en cuenta como la ratificación de ideologías, la normalización de que el oficio del periodista está determinado por la política, la aglutinación del poder y la continuidad de la desinstitucionalidad del oficio periodístico.
El rol del periodista continuará siendo conflictivo a favor del poder o en contra de la diversidad de pensamiento mientras aún existan profesionales del oficio dispuestos a la parcialidad. “No hay guerras mediáticas sin periodistas militantes. Tiene que haber soldados que realicen los disparos”, afirma en este sentido Ruiz.
Pero el rol del periodismo en este punto entra en otro importante debate: ¿el periodista, en un momento de inestabilidad, injusticia y conflictividad debe optar por tomar una posición que cree correcta o encargarse de ver la mejor manera de recuperar los valores del oficio y entender la responsabilidad que tiene con la esfera pública en el manejo de la información?
1 Magister en Comunicación Política, investigador en comunicación social y columnista de diferentes medios escritos de Bolivia. Orcid: 0000-0003-0730-646X, E-mail: jluisdp4@gmail.com