Journal de Comunicación Social 13(20), 145-149, enero-julio de 2025. ISSN impresa 2412-5733; ISSN online 2413-970x, DOI: https://doi.org/10.35319/jcomsoc.2025201327

Retratar la multiculturalidad desde una perspectiva sociológica

Viajar, mirar, narrar

Hugo José Suárez

Editorial 3600, La Paz, 2018

 

 

 

Mateo Gonzales Montaño1

La fotografía, siempre una herramienta central en las obras de Hugo José Suárez, vuelve a hacerse presente en un libro que mezcla un análisis semiótico con sociología, estudios culturales y relatos personales. Así, el autor presenta una obra, en palabras del mismo, que sostiene un diálogo entre las imágenes y la escritura: una combinación de dos elementos narrativos que hoy, en una era digital, pueden parecer lejanos entre sí. Tal como lo dice el título, a lo largo del texto Suárez se dedica a contar historias de viajes desde una mirada que intercala entre el contacto con lo lejano y desconocido, y lo individual e introspectivo. Entonces, se invita al lector al mismo recorrido: vivir nuevas culturas a partir de las narraciones, pero también reflexionar sobre la propia en el camino.

El libro está organizado en ocho capítulos (sin la introducción) que enuncian destinos diferentes cada uno. Es de notar la heterogeneidad en contenido que muestran los capítulos: son de extensión variable y el tiempo que cubren lo es también. Si hubiera que resumir el desarrollo de cada apartado, existen elementos específicos que destacar en cada caso. Tupiza es un destino que resalta por la melancolía y el contraste  entre lo que fue y lo que es en la actualidad esta urbe. Praga se narra entre imágenes, descripciones y, lo más distintivo de esta ciudad en el texto, la comparación con la obra de Koudelka. Cuzco retrata la historia y rasgos de la cultura inca y la época colonial. Japón resulta especial por la diferencia cultural notable con el occidente y la tecnología que se fusiona con lo cotidiano en este milenario país. Uyuni se incluye en la narración como un lugar para conectar con la naturaleza y la belleza de ella. Chiapas, por otro lado, se describe desde una esfera más social y cultural, como un espacio que alberga rituales ancestrales y hechos históricos a la vez. Bélgica, específicamente Bruselas, presenta un contraste entre los vertiginosos movimientos sociales de los últimos tiempos y la vida cotidiana que no se interrumpe. Nueva York ocupa un lugar especial entre los capítulos, no solo por su extensión sino por su tono: se trata de un apartado más poético y enfocado en detalles de la vida diaria de aquel que recorre la gran ciudad estadounidense.

Suárez empieza el cuerpo de su escrito trasladando al lector a Tupiza, un municipio de Potosí, Bolivia. Entonces, se emprende el recorrido de la mano de la familia del mismo autor. Cuando se habla de familia, no solo incluye a los consanguíneos, sino también  a los vecinos, a los amigos de la infancia y a los personajes notables de esta localidad. Entre todos articulan una narrativa que mezcla recuerdos junto a descripciones actuales, en letra e imagen, de los lugares que guardan la historia de varias generaciones. Aquí se introduce un recurso que se podrá apreciar en muchos otros destinos: el paso del tiempo y la modernidad que se introduce en todos los espacios de la cultura. Las imágenes muestran construcciones antiguas, algunas destruidas y otras alteradas con elementos modernos: en general, un contraste entre lo que fue una ciudad colonial esplendorosa y una urbe cada vez más abandonada, pero que guarda mucha historia. En definitiva, fotografiar Tupiza es un ejercicio de memoria social, cultural e histórica que, en este caso, tiene una conexión especial con el lado familiar del autor.

A continuación, la narración nos lleva a otro extremo del mundo: Europa. Tal y como se menciona al inicio de este fragmento cronológico, la descripción de Praga responde a una expectativa creada por el renombrado fotoperiodista Josef Koudelka. Allá por el año 1968, la ciudad (bajo control soviético en ese momento) fue testigo de una ocupación militar en respuesta a las reformas que planteó Checoslovaquia, bajo el liderazgo de Alexander Dubček, en un intento de descentralizar el poder y otorgar más libertades a sus ciudadanos. Y allí figura Koudelka como una voz de protesta que retrató la intervención del ejército soviético, la expuso y denunció al mundo. Al igual que en el anterior capítulo, Hugo Suárez combina la narración de lo que fue con lo que ve al momento de tomar nuevas imágenes. Exactamente 30 años transcurrieron desde la Primavera de Praga de 1968. Ahora, con la Unión Soviética extinta, la ciudad se suma también a las tendencias modernas que se impregnan en todos los aspectos de la vida cotidiana. Este es un aspecto que Suárez captura con gran habilidad: la convivencia que tiene que sobrellevar la cultura e historia local, y la globalización.

El siguiente destino de este viaje literario es Cuzco, la antigua capital del Imperio  Inca. Esta ciudad y sus retratos guardan la memoria de un encuentro doloroso, pero sumamente importante para la historia de Hispanoamérica: el encuentro entre los indígenas y los españoles. Las imágenes y el relato presentados así lo demuestran; Cuzco une elementos que datan de la época del gran imperio precolombino y otros que datan de la época colonial. A día de hoy esa convivencia sigue presente: los originarios y los turistas en un mismo lugar, aunque con contextos diferentes esta vez. Es probable que la modernidad, que como se podrá observar a lo largo de esta reseña es un fenómeno constante en esta obra, llegue de manera diferente a esta parte del mundo. Sin embargo, no hay que engañarse; la cultura es preservada meticulosamente también porque genera ingresos, no es solo amor por lo ancestral. El oro que fue ultrajado por los colonos europeos ya no está en manos de un sistema de extracción, ahora está a la venta en tiendas de recuerdos para que los extranjeros puedan presumir a sus amigos y familiares lejos de allí.

Japón, la próxima parada, resulta llamativo como una cultura sumamente diferente a la latinoamericana. Por eso mismo el subtítulo enuncia la otredad, es un adelanto de lo que se puede esperar de la narración que sigue. Una buena parte de este apartado relata la experiencia del viaje como tal (en auto, avión y tren); eso basta para evidenciar al lector la distancia (física y cultural) que se debe recorrer para llegar a Osaka. Aquí destaca la irrupción de la tecnología en la vida cotidiana, pero con una contradicción de por medio. La ciudad demuestra en muchos espacios que los avances tecnológicos ya son parte del día a día; aun así, el estilo de vida conserva la tradición oriental que tanto la distingue del occidente. El autor emplea una metáfora que resume esta relación de manera más concisa: “los japoneses navegan entre esos dos mares …, como un equilibrista entre tradición y modernidad”. De nuevo, se observa el fenómeno previamente identificado, pero esta vez parece una convivencia más negociada: la modernidad japonesa se aleja más del modelo hegemónico global porque se introduce como parte de esta cultura y se la resignifica.

En contraste a Osaka, el nuevo destino es Uyuni. Este vasto desierto blanco permite una pausa para admirar las maravillas de la naturaleza; es el momento adecuado para “smell the roses”, como dirían en inglés. Y no uso esta frase como recurso poético únicamente, también lo utilizo como referencia a la manifestación de la modernidad en Uyuni. Sería fácil perderse en la inmensa belleza del paisaje en esta parte de la narración. De hecho, el mismo autor es el que menciona que ante tal panorama cuesta agregar descripciones que le hagan honor a la complejidad de lo observable. Sin embargo, un elemento es resaltado en medio de todo este deleite visual: un letrero en inglés que dice “Comedor Tours”. Incluso ahí, donde el atractivo principal está en la Pachamama, la modernidad se inmiscuye y abre paso.

Nos mantenemos en Latinoamérica, esta vez es turno de una región mexicana: Chiapas. Esta tierra se presenta como la cuna del movimiento Zapatista de 1994, a la vez como  un hospedaje de diversidad cultural proveniente de muchas partes del mundo. San Cristóbal de las Casas es la ciudad visitada por Suárez y en la narración se incluyen perspectivas turísticas, personales, históricas y también de investigación etnográfica. La urbe exhibe una curiosa mezcla de lo extranjero con lo local. Desde la comida libanesa hasta las mazorcas cosechadas en casa de la abuela indígena que recibe a los viajeros, de nuevo se observa la presencia de la globalización y la resistencia cultural en un mismo capítulo. Otro aspecto abordado en la experiencia en esta localidad es el sincretismo religioso que se vive. Todavía perduran rituales indígenas y costumbres originarias de Chiapas, pero es inevitable ver influencias de otras religiones como la católica (herencia colonial española) o la tibetana (más recientemente incorporada).

Después, toca volver a Europa, esta vez a Bruselas en Bélgica. El lente se dirige hacia las manifestaciones y el contexto social político del momento. Se mantiene el mismo estilo narrativo que mezcla historia con actualidad. Suárez retoma las protestas contra Pinochet que se extendieron hasta Europa porque, durante la estancia del autor en la ciudad, Pinochet seguía vivo y se definía si podía volver a Chile a enfrentar la justicia o lo haría ante una corte internacional. Las calles de la ciudad albergan las múltiples marchas simultáneas, pero también a los que viven su cotidianeidad en medio del alboroto. En este caso, la globalidad se ve retratada a través de los migrantes que llevan sus luchas y deseos más allá de las fronteras.

En último lugar, pero no en importancia, se encuentra la experiencia de Nueva York. Esta gran metrópoli norteamericana que reúne culturas de todo el mundo es, a criterio mío, el cierre preciso para esta obra. Se trata de una ciudad tan grande que sería casi imposible cubrir todos sus detalles en un solo libro, peor en un apartado. Sin embargo, el autor es capaz de brindar una mirada nueva, su propia mirada. El estilo de este relato es mucho más íntimo y poético, como si de una carta de Suárez a Nueva York se tratara. Ya no vemos tintes de modernidad porque la urbe es moderna en esencia. La combinación de arte, cotidianeidad, culturas, tecnología y naturaleza demuestran con menos palabras y más fotografía que cualquier otro capítulo la esencia de un trabajo bien logrado: la característica multicultural de la modernidad bajo una mirada sociológica.

La fotografía y la crónica son herramientas poderosas de investigación. A lo largo de la historia la humanidad se esforzó por inmortalizar momentos y trascender la muerte, las cámaras solo son un recurso más reciente de tantos miles que se inventaron antes. Hugo Suárez  logra  no  solo  capturar  escenas  específicas,  sino  identificar,  analizar y relacionar lo que el lente ve con todo el contexto sociocultural e histórico detrás. De alguna manera, nos recuerda que la cámara es solo una herramienta y siempre debemos ir más allá como intérpretes de la realidad. Suárez establece, una vez más, pautas para combinar una narrativa visual con una escrita para entender la cultura y sociedad de manera dialógica.

En definitiva, la obra Viajar, mirar, narrar es más que un diario de viaje con fotografías. Es el resultado de un estudio cultural, social y político, pero también de un proceso introspectivo y crítico sobre la identidad. A lo largo del libro observamos diferentes localidades, con sus luchas particulares, que enfrentan una  realidad  nueva  en  la que la modernidad se abre campo ineludiblemente. La globalización, síntoma de   la modernidad, obliga a la cultura a reconstruirse y resignificarse. Hay espacios de resistencia, evidentemente; aun así, parece más claro ahora que la multiculturalidad es la nueva característica de las grandes ciudades alrededor del mundo.

1 Comunicador Social, Universidad Católica Boliviana “San Pablo” Sede La Paz. Orcid: https://orcid.org/0009-0008- 9342-8415 E-mail: mateogonzales86@gmail.com