Journal de Comunicación Social 13(21), 31-57 agosto-diciembre de 2025 ISSN impresa 2412-5733; ISSN online 2413-970x DOI: https://doi.org/10.35319/jcomsoc.2025211329
Vivencias
del estigma y dispositivos de poder: casos trans en La Paz
Experiences
of Stigma and Power Apparatuses: Trans Cases in La Paz
Marlene
Grecia Cuevas Velásquez
Universidad Católica Boliviana “San Pablo” Sede La
Paz, La Paz, Bolivia
greciacv7@gmail.com
https://orcid.org/0009-0008-6661-1943
Fecha de
recepción: 2 de agosto de 2025
Fecha de aceptación: 3 de septiembre de 2025
Palabras clave: Estigma, biopolítica, microfísica del poder,
inclusión social, Bolivia, personas trans.
Abstract: This article examines the experiences of inclusion
and exclusion of young trans people in the city of La Paz following the
enactment of Gender Identity Law No. 807 (2016). Using a qualitative
multiple-case study that included in-depth interviews, semi-structured
interviews, and document analysis, it explores how stigma is situationally
activated in educational, labor, family, and religious contexts, compelling
ongoing identity management. Drawing on Goffman’s notion of stigma and
Foucault’s perspectives on biopolitics, pastoral power, and the microphysics of
power, the study shows that legal recognition provides an important but
insufficient support for full inclusion. Findings reveal that real inclusion
depends less on formal access to rights and more on the everyday dynamics of
power, stigma, and resistance that determine which lives are recognized as
legitimate in contemporary Bolivian society.
Keywords: Stigma, biopolitics, microphysics of power, social inclusión, Bolivia, trans people.
I. Introducción
En América Latina, la
investigación sobre identidades trans ha destacado la persistencia del estigma
social como obstáculo central para el ejercicio de derechos. Goffman
(1963/2006) conceptualizó el estigma como un atributo desacreditador que se
actualiza situacionalmente, una idea retomada en estudios recientes que
muestran cómo las microinteracciones en aulas,
ventanillas o espacios laborales definen en gran medida las posibilidades de
inclusión o exclusión (Corrales y Pecheny, 2010). A
su vez, Segato (2016) ha advertido que el
reconocimiento legal, aun siendo un avance, no elimina las lógicas de control y
normalización que siguen operando sobre los cuerpos disidentes. Estas
perspectivas han abierto un campo fértil para examinar cómo las trayectorias
trans se negocian entre el avance normativo y la persistencia de marcos
sociales restrictivos.
En el caso boliviano, la
aprobación de la Ley N.o 807 de Identidad
de Género (2016) constituyó un hito jurídico, aunque su aplicación ha revelado
tensiones entre la ampliación de derechos y los discursos institucionales que
buscan limitar su alcance. Investigaciones como las de Díaz (2021) y Verbal (2021)
han documentado cómo el reconocimiento legal convive con narrativas de
patologización o sospecha, mostrando que el marco normativo no basta para
garantizar inclusión plena. De allí surge la necesidad de examinar las
experiencias concretas de personas trans en relación con estigmas en la
interacción cotidiana, normas sociales de género, regímenes de verdad y
dispositivos de poder que operan en espacios familiares, educativos,
burocráticos y religiosos.
El presente artículo se enmarca
en la investigación titulada Experiencias de personas trans que se
beneficiaron de la Ley de Identidad de Género, desarrollada entre 2021 y
2022 para obtener el título de licenciatura en Comunicación Social en la
Universidad Católica Boliviana (UCB) “San Pablo” (Cuevas, 2022). La
investigación partió de la siguiente pregunta central: ¿De qué manera los
estigmas sociales y los dispositivos de poder –jurídicos, pastorales y
disciplinarios– inciden en las formas de inclusión y exclusión que viven las
personas trans jóvenes en la ciudad de La Paz tras la aprobación de la Ley de
Identidad de Género? En correspondencia, el objetivo central fue analizar cómo
dichos estigmas y dispositivos de poder configuran las experiencias de inclusión
y exclusión de las personas trans jóvenes en este contexto.
El estudio encontró que el
estigma no opera de manera uniforme, sino que se activa situacionalmente; que
el cispassing (no aparentar ser trans) y el documento legal actualizado
funcionan como soportes clave para estabilizar la presentación de sí, aunque de
forma desigual según los recursos materiales disponibles; que las normas
familiares y religiosas introducen límites a la regímenes de verdad respecto al
género, incluso en contextos de trato amable; y que los discursos
institucionales, tanto jurídicos como pastorales, producen un reconocimiento
condicionado que obliga a las personas trans a desplegar estrategias situadas
de manejo de identidad. En conjunto, los resultados permiten comprender que la
inclusión real depende menos del acceso formal a derechos y más de las
dinámicas sociales, económicas y simbólicas que definen qué vidas son
reconocidas como legítimas.
II. Estado del arte y marco teórico
En el ámbito internacional, la
investigación sobre género ha problematizado la construcción social de la
identidad desde perspectivas críticas. Butler (1990/2007; 2016/2004) propone
entender el género como performatividad, lo que permite superar visiones
esencialistas. Jiménez (2008) resalta cómo la exclusión condiciona el acceso a
derechos, mientras que la Asociación Americana de Psicología (2011) y Goldberg
(2016) sistematizan los principales retos de las personas trans en salud,
socialización y reconocimiento, ofreciendo un marco interdisciplinario global.
En América Latina, se destacan
aportes que vinculan derechos y estructuras sociales. Verbal (2021) retoma el
concepto de canibalismo simbólico de Szasz (1974/2005) para explicar cómo las
mayorías sacrifican minorías bajo discursos de bien común, con ejemplos de
patologización y comparaciones deslegitimantes.
Villegas (2021) demuestra la correlación entre reconocimiento de derechos LGBT
y desarrollo económico, mientras Molina (2018) subraya el rol de un periodismo
libre de estereotipos. Brandelli et al. (2020), por su parte, documentan la
exclusión laboral de personas trans en Brasil y las estrategias de inclusión
implementadas.
En Bolivia, la literatura sigue
siendo incipiente. Sagárnaga (2019) advierte que la
Ley de Identidad de Género convive con prácticas sociales excluyentes,
evidenciando la distancia entre reconocimiento legal y discriminación
persistente. Bayá y Zárate (2019) refuerzan este
señalamiento al documentar vulneraciones en el marco del Examen Periódico
Universal, destacando las brechas entre norma y práctica como obstáculos para
el acceso efectivo a derechos.
Finalmente, los estudios en
comunicación resaltan la influencia de las representaciones mediáticas. Gross
(2001) mostró que los medios inciden directamente en la percepción pública de
las minorías, mientras Olveira-Araujo (2023) evidencia que la cobertura de la
transexualidad en la prensa digital española, aunque más visible, sigue
reproduciendo estigmas. Barranquero (2019) plantea el
periodismo social como un campo emergente clave para visibilizar actores
históricamente marginados. Este estudio forma parte de los estudios culturales
que propone la carrera de Comunicación Social desde la Universidad Católica
Boliviana (UCB) “San Pablo”.
El marco teórico de esta
investigación se articula a partir de dos referentes centrales: Goffman
(1963/2006) y Foucault (1976/1998). Sus aportes permiten comprender de manera
complementaria cómo operan los procesos de estigmatización y los dispositivos de
poder que regulan los cuerpos y las poblaciones. La combinación de estas
perspectivas posibilita analizar la inclusión y exclusión de las personas trans
no como fenómenos aislados, sino como dinámicas relacionales y biopolíticas que
atraviesan tanto los espacios cotidianos como las estructuras institucionales.
Desde la sociología de la
interacción, Goffman (1963/2006) concibe el estigma no como un atributo en sí
mismo, sino como una relación entre atributo y estereotipo que desacredita a
quienes no encajan en los estándares normativos. Su tipología –“abominaciones
del cuerpo”, “defectos del carácter” y “estigmas tribales” (Goffman, 1963/2006,
p. 14)– ofrece un marco para interpretar cómo las personas trans enfrentan
procesos de exclusión y diferenciación, así como las estrategias de manejo o
disimulo desplegadas en contextos educativos y laborales. De este modo, la
teoría de Goffman ilumina la microfísica de los encuentros sociales donde se
activan, suspenden o negocian las marcas de la diferencia, lo que invita a
repensar su tipología a la luz de los debates actuales sobre diversidad sexual
y de género.
Finalmente, Foucault (1976/1998)
ofrece la categoría de biopolítica para comprender cómo el poder regula de
manera simultánea los cuerpos individuales y la población en su conjunto. Este
análisis se articula con la microfísica del poder (1975/2009), que muestra cómo
el disciplinamiento opera de manera capilar sobre los
cuerpos, instaurando técnicas de control que configuran subjetividades dóciles
y útiles. A su vez, la noción de poder pastoral (2004/2006) señala una forma de
gobierno que combina la conducción del colectivo con la atención
individualizada, ejerciendo cuidado y tutela, pero bajo una inclusión
condicionada por normas de verdad y dignidad. De este modo, los dispositivos
jurídicos y los regímenes de verdad que emergen de los discursos médicos, jurídicos
y religiosos no solo describen, sino que producen la realidad social al definir
lo normal y lo anómalo. La sexualidad (1976/1998), en este marco, se convierte
en un dispositivo expansivo que penetra en los cuerpos y regula la vida de las
poblaciones, evidenciando la imbricación entre disciplina, pastoralidad,
biopolítica y resistencia. De ahí que, como subraya el propio autor, “donde hay
poder hay resistencia” (1976/1998, p. 57), lo cual implica que incluso en
escenarios de control surgen estrategias de agencia y subversión.
III. Estrategia metodológica
La investigación se inscribe en
un estudio de casos múltiples de tipo cualitativo, con orientación
socio-discursiva, destinado a comprender las experiencias de estigmatización y
los marcos normativos de género en personas trans de La Paz, así como los discursos
institucionales que regulan dichas trayectorias. Se realizaron diez entrevistas
en profundidad a mujeres y hombres trans de distintas generaciones,
seleccionados mediante la técnica de bola de nieve y contacto en cadena a
través de redes personales y organizaciones de diversidad sexual. Esta muestra
buscó equilibrio en la representatividad (similar cantidad de hombres trans y
mujeres trans), heterogeneidad en edad, situación socioeconómica, tránsito
legal y experiencias educativas y laborales, tratando cada relato como un caso
de análisis.
De manera complementaria, se
aplicaron dos entrevistas semiestructuradas a líderes religiosos –la
representante legal de la Conferencia Episcopal Boliviana (CEB) y un dirigente
juvenil de la iglesia evangélica Ekklesía– con el fin
de examinar la dimensión discursiva de la pastoral religiosa y su papel en la
producción de legitimidad, exclusión e inclusión condicionada, en línea con la
noción foucaultiana de poder pastoral. Asimismo, se
revisaron documentos normativos, comunicados institucionales y registros de
prensa, lo que permitió situar los testimonios dentro de un dispositivo de
poder más amplio que articula discursos legales, pastorales y microdisciplinarios.
Para preservar la
confidencialidad, las personas trans figuran bajo su identidad de género y un
número, mientras que los líderes religiosos se identifican por su rol público.
Todas las entrevistas fueron realizadas con consentimiento informado verbal y posteriormente
transcritas de manera literal. El análisis se organizó en una matriz
comparativa que incluyó indicadores de agravios abiertos, microagresiones,
fricciones administrativas, outing (salida) forzado, misgendering
—entendido como “referirse a alguien de una manera que no representa el género
con el que esa persona se identifica” (Oxford Learner’s
Dictionaries, s. f., traducción propia)—, estrategias
de manejo y apoyos principales. Esta sistematización permitió identificar
patrones y contrastes entre los casos, mostrando cómo las identidades trans se
negocian en la microfísica de la interacción y en el campo más amplio de los
dispositivos de poder.
IV. Resultados
IV.1.
Estigma personal
Este apartado analiza los
estigmas individuales que emergen en los relatos de personas trans, con énfasis
en escenas de rechazo, efectos de baja autoestima y discriminación en trámites.
Se lee el estigma como una marca que no opera de modo uniforme, sino que se
activa situacionalmente en aulas, ventanillas, oficinas y hogares, obligando a
gestionar la presentación de sí para reducir la exposición. Esta mirada permite
observar contrastes entre experiencias de agravio abierto y escenas de
reconocimiento parcial, así como las tácticas que las personas despliegan para
sostener su trayectoria educativa y laboral.
VI.1.1.
Vivencia del estigma por mujeres trans
Para iniciar, resulta
ilustrativo el caso de Mujer trans 2, cuya narrativa estuvo marcada por la
relativa ausencia de conflictos. Su tránsito por trámites y espacios educativos
y laborales no estuvo atravesado por interpelaciones directas, y la discriminación
que enfrentó fue, en sus propias palabras, apenas perceptible: “La verdad que
muy leve para mí”; “Rara vez tuve que explicar mi identidad en ventanillas, a
docentes o a compañeros de estudio o de trabajo”.
En términos de la tipología de
Goffman (1963/2006), aquí se observa la ausencia relativa de estigmatización
abierta. El hecho de no ser interpelada permite inferir una suspensión
contingente del estigma tribal: aunque su identidad de género podría haberla
convertido en blanco de desacreditación, la interacción situacional no lo
activó. Este contraste pone de relieve que el estigma no es una marca
permanente en todo contexto, sino un proceso que depende de los interlocutores
y de las reglas institucionales en juego.
El caso de Mujer trans 3 muestra
cómo la universidad puede convertirse en un escenario privilegiado de
desacreditación. Relató que un docente en una universidad pública de la ciudad
de La Paz donde estudiaba cuestionó su apariencia –“¿por qué estás usando
peluca?”– y que en una lista estudiantil fue inscrita con el apelativo
“mariconazo”. Estos episodios condensan dos formas de estigmatización: la
interpelación pública a la expresión de género, que Goffman (1963/2006)
conceptualiza como “abominaciones del cuerpo” (p. 14) y la inscripción
injuriosa, que señala un “defecto de carácter” (p. 14) percibido. Así, el
aula y los espacios estudiantiles se revelan como ámbitos donde se legitima la
desacreditación mediante la autoridad docente y la presión de pares.
En un segundo relato, la misma
participante de la investigación (Mujer trans 3) describió un episodio más
grave, en el que las burlas verbales escalaron hacia una invasión física en un
baño universitario:
O sea, por mis espaldas hablaban “marica”,
“mariconazo”, que no sé qué. Incluso un auxiliar se quiso propasar conmigo. Yo
entré al baño y él entró tras de mí, y me dijo: “Bésame, bésame”. Yo contesté:
“¿Qué le pasa?”. Me indicó: “Quiero experimentarme”. Le respondí: “Cómprate una
muñeca inflable para experimentar con eso”. Así fue.
Este testimonio muestra la
articulación de múltiples dimensiones del estigma. Primero, los insultos
reproducen los “defectos de carácter percibidos” al asociar su identidad con
una supuesta falta moral. Segundo, la irrupción del auxiliar en el baño expresa
una “abominación del cuerpo”, al reducirla a objeto de deseo y experimentación.
Finalmente, la frase “quiero experimentarme” revela el peso del “estigma
tribal”, pues coloca a la entrevistada en una categoría de otredad sobre la
cual se puede ejercer dominio, negando su condición de sujeto. La respuesta
defensiva –“cómprate una muñeca inflable”– muestra un intento de resistencia
discursiva, aunque en soledad y bajo asimetría de poder.
Fuera del aula, las
microagresiones se replican en pasillos y ensayos. Mujer trans 3 recuerda que,
en el instituto donde estudiaba música, sus compañeros comentaban sobre ella lo
siguiente: “Ese tipo hace pura música de maricas”, mientras otros compañeros la
miraban de forma extraña o la borraban de redes sociales al enterarse de su
identidad: “Querían ser mis amigos. Y cuando se enteraban, ya no eran mis
amigos. Me bloqueaban del Face, ya no me saludaban”.
Incluso en relaciones aparentemente respetuosas persistían formas de
ambivalencia: algunas compañeras cristianas la trataban con amabilidad, le
vendían cosméticos y le decían: “Sí, te ves linda, ese rímel te queda”, pero de
manera inmediata, seguían hablándole “en masculino”.
Desde la mirada de Goffman
(1963/2006), estas escenas condensan al menos dos dimensiones del estigma: el
tribal, que coloca a la entrevistada como “otra” por su identidad de género, y
el defecto de carácter percibido, que legitima su exclusión social. El gesto
ambiguo de halagar su apariencia femenina mientras se insiste en un trato
masculino refleja cómo el estigma puede operar bajo formas de reconocimiento
parcial que, en lugar de integrar, reafirman la diferencia y sostienen la
distancia social.
Estas escenas no solo hieren;
producen efectos subjetivos persistentes. En el caso de Mujer trans 3, la
anticipación del maltrato se tradujo en autolimitación: “tenía mucho miedo, al
principio, de ir como chica”, confesó, recordando la apuesta con su amiga para
animarse a llegar “súper guapa a la universidad”. El temor no se debía
únicamente a los pares, sino sobre todo a la expectativa de los docentes: “yo
tenía miedo de que llamen lista y yo diga presente con mi nombre masculino”. El
miedo, en este sentido, funciona como una estrategia de manejo del estigma:
replegarse, demorar la visibilización o dosificar la
presentación de sí para reducir la exposición al atributo desacreditador. Bajo
la mirada de Goffman (1963/2006), se trata de un ejemplo de gestión de la
identidad deteriorada, es decir, “el manejo de la información oculta que
desacredita al yo, en una palabra, el ‘encubrimiento’”
(p. 57), donde el sujeto modula su comportamiento para anticiparse a la posible
humillación.
A pesar de las experiencias de
burla o agresión, los relatos también registran soportes significativos que
amortiguan el daño. Mujer trans 2 subraya que, además de los insultos, “también
encontré muchas amigas y profesores que me acompañaron en mi proceso de
transición”. De manera similar, Mujer trans 1 destaca que su directora y
docentes “entendieron perfectamente” cuando solicitó ser llamada por su nombre
social incluso antes del cambio legal: “Nunca tuve ningún problema con ningún
docente”, enfatiza. Estas islas de trato afirmativo no eliminan el estigma
porque, como advierte Goffman (1963/2006), este opera más allá de la
interacción inmediata: se trata de un atributo desacreditante
inscrito en el orden social que no desaparece por apoyos puntuales. Lo que sí
hacen es amortiguar sus efectos en situaciones específicas, sosteniendo la
fachada coherente y permitiendo que la trayectoria académica continúe a pesar
del riesgo latente de desacreditación.
Desde la perspectiva de Goffman
(1963/2006), estas experiencias ilustran cómo el yo en interacción se sostiene
gracias al respaldo de un performance team
(equipo de actuación), en este caso conformado por docentes y pares que
refuerzan la definición de la situación presentada por las estudiantes trans.
El reconocimiento del nombre social contribuye a mantener la fachada coherente,
evitando quiebres en la representación que podrían derivar en desacreditación.
Así, las alianzas en el entorno académico funcionan como soportes para un
manejo de impresiones más estable, generando márgenes de credibilidad y
resguardo frente al estigma que persiste en otros ámbitos.
Otro testimonio muestra cómo la
vergüenza y el ocultamiento se transformaron en tácticas de supervivencia
dentro del aula. Mujer trans 4, quien se inscribió en la Carrera de Psicología
en una universidad privada de la ciudad de La Paz mientras aún se tramitaba su
cambio de dato de género, nombre e imagen, relató: “Siempre traté de ocultarme,
sentarme atrás, no sé, que no me vean, no llamar la atención”. Cuando los
docentes llamaban lista con su nombre masculino, confesó: “Por vergüenza no
respondía, porque me miraban raro. Ay no, qué incómodo”. De manera posterior,
se dio la negativa de la directora a reconocer su identidad, pese a que ya
contaba con cédula actualizada. Esto reforzó ese repliegue: “Le pedí que
tachara en su lista y pusiera mi nombre actual, no le costaba nada. Pero no me
escuchó. Y yo ya decidí retirarme [de la carrera], porque no era lo que
quería”.
Desde la mirada de Goffman
(1963/2006), este relato ilustra cómo el estigma no se expresa solo en insultos
o agresiones directas, sino también en la burocracia de los registros que
insiste en mantener el nombre masculino anterior. Aquí opera una forma sutil de
lo que él denomina atributos desacreditadores, marcas documentales que
contradicen la identidad social de la persona y la exponen al escrutinio
público. La consecuencia es la autoexclusión preventiva, un silencio que no
busca invisibilidad por elección, sino como estrategia frente a la humillación
anticipada. A la vez, la experiencia evidencia la paradoja: mientras sus pares
ofrecían apoyo y validación, la institución –a través de listas, trámites y
docentes– reproducía la desconfianza que empuja al sujeto a retirarse del
espacio académico.
La familia, primer círculo de
validación social, no está exenta de producir estigma. En el caso de Mujer
trans 1, indicó: “Con mi papá, pues, fue más difícil […]. Rechazó. Pero,
actualmente, está en esa etapa de tolerancia, nada más”. Este comportamiento
ilustra una identidad social deteriorada que, aunque admite la convivencia,
conserva una distancia moral. La aceptación más plena por parte de la madre y
los hermanos, mediada por procesos de información y acompañamiento, evidencia
un proceso de manejo del estigma por parte de la familia.
La vida íntima de Mujer trans 1
muestra así la tensión entre el apoyo afectivo de su madre y hermanos y el
estigma moral ejercido por su padre. Esto tiene efectos directos sobre su
identidad y su capacidad para manejarse en la vida social, impactando directamente
en su autoestima y en su seguridad para estudiar y trabajar, tal como ella
misma lo relata.
En contraste, algunos relatos
permiten observar lo que Goffman (1963/2006) denomina “manejo de impresiones”,
es decir, las estrategias mediante las cuales un individuo proyecta
definiciones de sí mismo para controlar la interacción social. Mujer trans 2 recuerda
que, antes de rectificar sus datos, entregaba su documento de identidad
masculino mientras se presentaba en femenino, y lo hacía con “una seguridad de,
así como de: ¿me vas a hacer lío ahorita?, porque esta soy yo en el carnet, soy
trans, no me jodas”. Esta performance de convicción funcionaba como
recurso estabilizador: “nadie nunca me ha hecho líos, ni para subirme a un
avión, ni para votar, ni para cualquier otro trámite”. De “ocho veces” en
ventanilla, solo “dos tuve que explicar”, pues la mayor parte del tiempo bastaba
con proyectar una definición firme de la situación: “daba mi carnet con ojos de
que yo soy este y quiero votar o entrar… y me dejaban pasar siempre”. Incluso
en controles informales, como una discoteca donde surgía la incongruencia
documental, la entrevistada apeló al humor performativo –“les hago una voz
masculina y les digo: “Sí, soy yo y me creen”– reforzando lo que Goffman
(1963/2006) llamaría una presentación del yo eficaz. En suma, el relato muestra
cómo la seguridad performada neutraliza la sospecha,
evitando que la ventanilla se convierta en un interrogatorio sobre la
autenticidad de la identidad.
No obstante, la ruta
administrativa también puede reproducir maltrato por vías menos estridentes:
errores, demoras, negaciones implícitas. Mujer trans 3 relata que, durante su
trámite en el Servicio de Registro Cívico (Serecí),
su apellido fue consignado como “Valverde” en lugar de “Velarde” y en la
resolución administrativa que autoriza el cambio de dato de sexo, nombre e
imagen, se modificó su fecha de nacimiento, señala que la “hicieron tres meses
más joven”. Estas fallas, que podrían parecer rutinarias, adquieren un peso
mayor cuando el documento estatal es el que acredita quién se es. La
equivocación burocrática no solo fisura la continuidad identitaria, sino que
prolonga la espera: “tuve que esperar una semana más para que me dieran el
nuevo certificado de nacimiento”. La entrevistada subraya que lo vivido excede
la anécdota, pues no se trata de un error comercial cualquiera: “tal vez podría
esperar eso de, no sé, cuando saco una factura en Burger King […], pero alguien
que trabaja con datos personales, no se puede equivocar”.
Desde la perspectiva de Goffman
(1963/2006),
este episodio constituye una ruptura en la fachada dramática, al quebrarse la
correspondencia entre los signos oficiales y la identidad que la entrevistada
busca sostener. El error documental genera una falla en la representación, ya
que la interacción en ventanilla, que debería confirmar la validez de la
identidad, introduce incertidumbre sobre su autenticidad. Para contrarrestar
esa amenaza de desacreditación, la entrevistada recurre a un manejo de
impresiones, subrayando la responsabilidad de los funcionarios y reponiendo
públicamente la seriedad de su identidad frente a la burocracia. Así, la
oficina estatal se revela como un escenario donde la persona trans debe
reafirmar performativamente su yo ante los desajustes
del propio aparato que debería certificarlo.
El relato de Mujer trans 5
muestra tensiones familiares, estrategias materiales de transición y un
recorrido educativo con bajo nivel de conflictividad. En casa, la reacción
inicial fue de shock y distancia –“mi padrastro simplemente me
ignoraba”, su madre y tía “lloraron e hicieron un show”–, lo que la
llevó a costear su transición mediante trabajo sexual y venta de bienes en
Marketplace. Con el tiempo, la familia normalizó su identidad: “ya me llamaban
por mi nombre, ya me trataban como hija”.
En la universidad recibió
aceptación, incluso antes del cambio legal: “iba vestida con ropa de mujer y me
saludaban como mujer”, y la actualización documental reforzó su confianza:
“tener el carnetcito que diga mi nombre femenino me
ha dado mucha seguridad”. Esa seguridad convive con la fragilidad del cispassing
–“mientras aparentemos que somos mujeres, no hay discriminación”, porque su voz
genera sospechas– y con desigualdades socioeconómicas que obligan a muchas
(según Mujer trans 5) a recurrir a trabajos precarios.
Su experiencia evidencia que el
estigma no desaparece, sino que se gestiona situacionalmente mediante apoyos
familiares, académicos y documentales. El cambio legal y el cispassing
permiten alinear signos oficiales y corporales, aunque quienes tienen menos
recursos quedan más expuestas a la desacreditación.
En contraste, otros relatos
subrayan la relevancia del reconocimiento institucional como soporte de la
presentación de sí. Mujer trans 1 afirmó que “desde ahora, pues ya puedo
estudiar con mi nuevo nombre y también entrar al mercado laboral”, mientras que
Mujer trans 3 relató la emoción de ser nombrada “licenciada” con su nombre
afirmado en pantalla. Desde la perspectiva de Goffman (1963/2006), estos
episodios muestran cómo la coherencia entre signos oficiales y vividos
fortalece la fachada del yo y reduce la necesidad de desplegar un manejo
constante de impresiones. El documento actualizado no elimina del todo la
sospecha social, pero suspende situacionalmente el estigma al evitar la
exigencia de explicar o justificar la identidad en cada interacción.
IV.1.2.
Vivencia del estigma por hombres trans
En el caso de los hombres trans, las narrativas
muestran que la burocracia, los registros administrativos y la exposición no
consentida en entornos familiares funcionan como escenarios privilegiados de
desacreditación, obligándolos a sostener su coherencia identitaria mediante
apoyos situacionales y estrategias de cispassing (no aparentar ser
trans).
Antes de que el Estado boliviano
permitiese el cambio legal de datos de personas transgénero y transexuales, el
documento de identidad operaba como un umbral de exposición donde se ponía en
juego la presentación del yo. Hombre trans 1 recuerda que “los problemas
surgían cuando tenía que mostrar el carnet. A veces no sabía si me podía
presentar con mi nombre social de hombre o tenía que mostrar el nombre legal
femenino que estaba en el carnet”. La situación revelaba una tensión entre la
fachada personal proyectada en la interacción –la identidad masculina asumida–
y los signos institucionales inscritos en el carnet, que no coincidían con esa
definición de sí. En ese desajuste emergían episodios de desacreditación, como
cuando, haciendo fila en el Serecí, escuchó
comentarios en tono de burla: “¿Y qué es: hombre o mujer?”.
Desde la perspectiva de Goffman
(1963/2006), el documento no solo habilita el acceso a servicios, sino que
actúa como parte de la fachada institucional que ordena la interacción y regula
la legibilidad social de los cuerpos. Así, el documento de identificación
define qué identidad resulta reconocible en el procedimiento y establece las
condiciones bajo las cuales el yo puede sostener su coherencia o quedar
expuesto a la sospecha y la burla.
La trayectoria de Hombre trans 2
refleja la tensión entre reconocimiento legal y exposición cotidiana. Tras
comunicar en casa su cambio legal, la noticia circuló como chisme, generando un
outing (salida) forzado con sus demás familiares. Años antes, había sido
enviado a un campamento religioso (evangélico) de “terapia de conversión” por
su madre. En la universidad vivió un episodio de burla cuando el director de
carrera lo llamó por su antiguo nombre y le dijo: “¡Uy!, pareces de las Mujeres
Creando”, agregando luego: “pareces una lesbiana”. El estudiante respondió:
“Aunque lo fuera, no es su problema, doctor”, hasta que la situación se
resolvió con la intervención del decano, quien le advirtió al docente: “¡Te
pueden denunciar, ándate fuera!”. Posteriormente, el Rectorado, la Decanatura y
sus compañeros lo respaldaron, facilitando la actualización de datos y
corrigiendo a docentes que insistían en el nombre anterior, respectivamente.
Fuera del campus, la
discriminación continuó en el ámbito bancario: su cuenta de ahorros seguía
registrada con el nombre anterior, lo que lo obligó a abrir una nueva en otra
entidad bancaria y a portar en el celular la resolución legal como prueba. Como
parte de un largo trámite burocrático, aún está en espera de la resolución del
Servicio Departamental de Educación (Seduca) para
alinear su título de bachiller.
Estos episodios muestran que la
gestión de la identidad se convierte en un trabajo constante que confirma lo
que Goffman (1963/2006) denomina “manejo de impresiones”. La burla docente, el
chisme familiar y la negativa bancaria operan como momentos en los que se
reactiva el atributo desacreditador, interrumpiendo la fachada que el sujeto
busca sostener. Para restituir la coherencia de esa representación, el
entrevistado recurre a apoyos situacionales –la intervención del decano, la
corrección de compañeros, la portación de documentos en PDF– que funcionan como
un equipo de actuación que refuerza su definición de la situación. Sin embargo,
cada interacción abre la posibilidad de que se reintroduzca la sospecha, porque
los signos oficiales y sociales nunca quedan del todo alineados. Desde esta
perspectiva, su experiencia muestra que el reconocimiento legal no borra la
condición de identidad desacreditada, sino que desplaza la lucha hacia la
microfísica de las interacciones, donde la credibilidad del yo debe ser reconstruida
una y otra vez frente al riesgo de descrédito.
Hombre trans 5 recuerda que en
su familia “al principio sí fue un poco difícil, no había una aceptación”,
hasta que “cuando vieron que yo empecé el tratamiento hormonal se dieron cuenta
que no era una etapa y que no les quedaba de otra que aceptar”. En lo
académico, el cambio legal en su universidad privada fue ágil, aunque el Serecí demoró trámites y también ha “tardado nueve meses en
hacer el cambio del título de bachiller”. Antes de la hormonación,
la voz provocaba episodios de misgendering: “me hablaban con el género
correcto, pero cuando escuchaban mi voz asumían automáticamente que era del
género femenino”. Aunque no sufrió agresiones directas debido a su cispassing,
sentía que no estaba en un espacio seguro, debido a los comentarios
transfóbicos de sus compañeros. En lo social, destaca la invisibilidad de los
varones trans por el cispassing: “cuando los hombres trans empiezan el
tratamiento hormonal, casi no se nota que son trans y ya no sienten la
necesidad de decirlo”.
Su experiencia muestra el
estigma como atributo “desacreditable” (Goffman,
1963/2006, p. 56) –es decir, susceptible de ser desacreditado si se revela su
atributo estigmatizado– que no siempre se actualiza, pero puede activarse por
detalles situacionales como la voz, demoras documentales o rumores. La
coherencia de la fachada depende de la alineación entre signos oficiales
(carnet, título), corporales (hormonación) y sociales
(trato de pares). Las grietas en esa fachada –por errores administrativos o
confusión vocal– obligan a estrategias de manejo de impresiones, desde
correcciones hasta evitar la exposición. La aceptación familiar condicionada a
la hormonación evidencia que la credibilidad de la
identidad descansa en marcadores visibles y en validaciones interactivas. El cispassing
aparece así como recurso ambivalente: protege de la desacreditación cotidiana,
pero borra la visibilidad colectiva de los varones trans e impide cuestionar el
estigma tribal que los margina.
El testimonio de Hombre trans 3
muestra un itinerario mixto de apoyos y fricciones. En el plano familiar,
reporta aceptación explícita –“Mi mamá me dijo que siempre va a respetar lo que
yo decida. Y, mi papá, cuando le di la noticia, fue feliz”–. En el escolar
(estudia en un colegio nocturno), tuvo un conflicto focalizado con una docente
que insistía en el nombre anterior, pese a instrucciones de Dirección de
llamarlo por su nuevo nombre legal masculino; es decir, tuvo el respaldo de
directores y secretarias. En el trabajo, relata trato cotidiano afirmativo y
correcciones puntuales ante eventuales deslices de clientes. Cuando lo llaman
“señorita”, él responde: “Les dejo en claro que no soy señorita”. También narró
un episodio de confrontación callejera en el que invocó la Ley de Identidad de
Género, que protege a las personas trans de no sufrir discriminación, ante el
agravio. El cambio legal facilitó su empleabilidad –“con el cambio logré
conseguir más trabajo”–, pero persisten costos materiales de actualización
documental, por ejemplo, Bs 115 por libreta; le quedan cuatro grados
pendientes. También indica la existencia de microsanciones
contextuales cuando un jefe que, al enojarse, reintroduce la duda: “¿él o
ella?”. En su propio emprendimiento construye un entorno de trato coherente con
su identidad (clientes y pares lo nombran por su nuevo nombre legal masculino)
y pondera el activismo como visibilización con
riesgos asumidos.
En clave de Goffman (1963/2006),
el caso articula manejo de impresiones (correcciones verbales, modulación de la
voz) e información controlada en frentes múltiples (aula, trabajo, calle).
Dirección y secretaría funcionan como equipo de actuación que sostiene la
fachada del yo; la docente renuente introduce fallas en la representación y
activa la condición desacreditable del atributo en
momentos de “llamado de lista” (símbolos documentales que operan como marcas).
La experiencia laboral muestra cómo, aun en contextos mayoritariamente
favorables, el agravio puede emerger como desacreditación estratégica (el “¿él
o ella?” cuando hay conflicto), poniendo en juego la disciplina dramática del
actor para mantener coherencia. El reconocimiento legal reduce la frecuencia de
quiebres de encuadre, pero los costos administrativos (actualización de
libretas) prolongan una zona desacreditable donde la
documentación incompleta puede reabrir la sospecha. La creación de un
emprendimiento propio reconfigura el escenario a favor del actor, estabilizando
la presentación del yo sin depender de gatekeepers (agentes de
autorización) institucionales.
Como respuesta al riesgo de
desacreditación, las personas ponen en juego estrategias situadas que buscan
disminuir la exposición: solicitar que en las listas figure el nombre social,
ajustar la apariencia para no llamar la atención, elegir lugares discretos en
el aula o, en sentido opuesto, presentarse con firmeza ante funcionarios para
desactivar sospechas. Ahora bien, aunque este apartado se centra en hombres
trans, vale la pena traer aquí también experiencias de mujeres trans, pues esto
permite observar cómo se replican o transforman las tácticas de manejo de
impresiones. “Por favor, mi nombre en la lista está como Juan (nombre
ficticio), pero mi nombre es Lurdes (nombre ficticio)”, pidió Mujer trans 2.
Por su parte, Mujer trans 4 relató: “Siempre traté de ocultarme, sentarme
atrás, no sé, que no me vean, no llamar la atención”. Estas experiencias
muestran que no hay una regla uniforme: cada quien evalúa el escenario y adapta
su actuación según la probabilidad de ser leída como “defecto”.
Un entrevistado (Hombre trans 4)
introduce una reflexión generacional sobre los efectos de la Ley de Identidad
de Género. Señala que la norma no resolvió “todos los problemas de las personas
trans”, pues la discriminación persiste, pero sí transformó la experiencia
juvenil: “las personas trans jóvenes están desesperadas de cumplir 18 años. Lo
hacen y es tan diferente la forma de pensar, de ver la vida, de las ambiciones
que tienen”. Mientras los mayores crecieron con la expectativa de que “ya ni
modo, estoy vivo, qué pena”, los jóvenes que acceden temprano al cambio legal
se proyectan con estudios, trabajo y metas a futuro. El testimonio también
enfatiza las desigualdades materiales: quienes cuentan con recursos para
tratamientos hormonales o cirugías logran una “vida común y silvestre”,
mientras que quienes no acceden a estos procesos corporales siguen siendo
discriminados. En el caso de los chicos trans, se cuestiona su “fuerza
suficiente”; en el de las mujeres trans, se refuerza la exigencia de una “feminización
exagerada” como estrategia de supervivencia laboral.
El relato permite ver que la Ley
actúa como una reconfiguración de la fachada institucional –el documento
actualizado ofrece coherencia entre identidad vivida y signos oficiales–, pero
no elimina el atributo desacreditante que opera en
las interacciones sociales. El estigma tribal sigue activo: los cuerpos son
leídos como “no conformes” y expuestos a la sospecha. La diferencia
generacional refleja modos distintos de gestión del estigma: mientras los
mayores internalizaron la expectativa de fracaso, los jóvenes movilizan el
cambio legal como recurso para sostener la presentación del yo en aulas y
trabajos. Sin embargo, la eficacia de esa presentación depende de condiciones
externas –recursos económicos, acceso a hormonas o cirugías, prácticas de
contratación– que pueden interrumpir la coherencia y reactivar la
desacreditación. En este sentido, el testimonio ilumina la brecha entre el
avance normativo y la persistencia de marcos sociales que siguen regulando la
legibilidad de las identidades trans.
La Tabla 1 sintetiza los
estigmas individuales identificados en los testimonios, organizados en
categorías analíticas. Su lectura permite comparar la distribución de agravios,
microagresiones y apoyos en cada caso.
Tabla 1
Síntesis de categorías analíticas de estigmas individuales en mujeres y hombres
trans

Fuente: Elaboración propia a
partir de categorías analíticas realizadas sobre la base de la tipología de
Goffman (1963/2006) y de patrones emergentes en los testimonios. En la tabla se
marca con: 4 = presente; 7 = ausente; las intensidades (baja, media, alta) se
refieren a la frecuencia o gravedad percibida por el/la entrevistado/a.
A partir del análisis realizado,
se observa que la inclusión de las personas trans no depende únicamente del
acceso formal a aulas o empleos, sino que se configura en interacciones
situadas, donde el estigma puede activarse –llamados de lista, trámites, microagresiones–
o suspenderse cuando intervienen apoyos inmediatos y coherencia documental.
Para las personas trans entrevistadas, la seguridad que brinda el carnet
actualizado convive con desigualdades materiales que, en muchos casos, obligan
a sostener la transición en condiciones precarias.
IV.2.
Dispositivos de poder y gobierno de la vida trans
El análisis desde la perspectiva
de Foucault (1976/1998) permite organizar los discursos en torno a tres
registros complementarios de poder que atraviesan la discusión sobre la Ley de
Identidad de Género y las experiencias trans en Bolivia. Primero, el dispositivo
jurídico y el régimen de verdad que clasifica la norma como legítima o
ilegítima no por su contenido, sino por los procedimientos que la hicieron
posible. Segundo, el poder pastoral, donde la dignidad aparece como un bien
reconocido universalmente, pero administrado bajo condiciones doctrinales y
afectivas que regulan la conducta de las personas. Y tercero, la microfísica
del poder, que opera en espacios cotidianos y aparentemente menores para
disciplinar cuerpos y pensamientos. Estos tres planos no son compartimentos
aislados, sino engranajes de un mismo dispositivo de biopolítica que fabrica
sujetos reconocibles y modos de existencia aceptables, al mismo tiempo que abre
grietas por donde emergen resistencias.
IV.2.1.
Dispositivo jurídico y régimen de verdad
Un régimen de verdad
procedimental puede entenderse como el marco discursivo que evalúa la validez
de una norma no por su contenido, sino por las condiciones bajo las cuales fue
elaborada y aprobada. En el debate sobre la Ley de Identidad de Género, esta
perspectiva aparece en voces jurídicas como la de la asesora legal de la
Conferencia Episcopal Boliviana, Susana Inch, quien desplaza la atención desde
los derechos reconocidos hacia la supuesta irregularidad del trámite
legislativo, lo que abre un campo fértil para observar cómo se produce un
régimen de verdad en torno a la ilegitimidad de la ley: “La Ley fue duramente
cuestionada por la presión social que impidió un debate serio y por su
aprobación exprés: en menos de una semana pasó todos los pasos legislativos en
diputados y senadores” (comunicación personal, 5 de marzo de 2022).
Este pasaje activa un régimen de
verdad que reclasifica la ley como “irregular” y, por tanto, epistémicamente
sospechosa. La apelación a la “falta de debate serio” no es solo una crítica
procedimental; funciona como dispositivo de descalificación de saberes
subalternos (las experiencias trans y el trabajo activista) al situarlos fuera
de lo que cuenta como “discusión legítima”. Foucault (1976/1998) muestra que lo
verdadero circula por canales autorizados; aquí, la verdad jurídica válida
sería la que se habría gestado con los ritmos y foros reconocidos por las
élites. La rapidez legislativa se convierte así en signo moral, y el
procedimiento –no el contenido– se usa para neutralizar la pretensión de
derecho.
En esa misma línea, el
señalamiento sobre el trasfondo de la norma permite ver cómo la sospecha
procedimental se articula con una lectura estratégica del derecho. El énfasis
con el que la ley hubiese respondido más a una agenda vinculada al matrimonio
igualitario que al reconocimiento pleno de las demandas trans muestra cómo
ciertos intereses se legitiman mientras otros se relativizan:
Más que pensar en el reconocimiento de la protección
de los derechos de las personas trans, lo que se estaba buscando era la
posibilidad del matrimonio entre personas del mismo sexo. Y eso explicaría el
por qué se daba esa salvedad de un dato sí y otro no, y no los tres datos, que
son los que responderían a la realidad que planteaba el colectivo de las
personas trans (Inch, comunicación personal, 5 de marzo de 2022).
Esta hipótesis opera como
interpretante maestro: redefine la ley como estratagema y desplaza su telos (reconocimiento civil) hacia un peligro
latente (matrimonio igualitario). Es una economía de sospecha que reordena el
campo semántico: la ley deja de ser un instrumento de ciudadanía y deviene
“caballo de Troya”. Según Foucault (1976/1998), el dispositivo jurídico se
pliega a un haz de saber-poder que estabiliza una verdad útil (defensa de la
familia heterosexual), mientras desautoriza otras verdades posibles (derecho de
identidad). El pequeño detalle técnico (“y/o”) es elevado a acontecimiento
discursivo que habilita una gran narrativa de fraude, típica de los juegos de veridicción con los que los actores instituyen qué riesgos
cuentan y cuáles se invisibilizan.
Sin embargo, este régimen de
verdad no es el único. Desde la memoria activista se despliega otra narrativa
que impugna la supuesta aprobación exprés y documenta un trayecto mucho más
largo y conflictivo.
Este proceso duró nueve años. Se empezó a impulsar
en 2009. Hubo reuniones semanales con el Ministerio de Justicia, pasó por la
Unidad de Análisis de Políticas Sociales y Económicas (UDAPE) durante dos años,
la Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP) lo dejó sin tratar más de una vez,
y recién en mayo de 2016 se aprobó (Hombre trans 4).
Desde la memoria activista, un
entrevistado (Hombre trans 4) describe un proceso de nueve años de reuniones,
postergaciones y gestiones con distintas instituciones estatales, que culminó
con la aprobación de la ley en 2016. Esta narrativa impugna la idea de una
aprobación “exprés” y reivindica la perseverancia colectiva detrás del
reconocimiento jurídico.
IV.2.2.
Poder pastoral: dignidad e inclusión condicionada
En el discurso eclesial, la
dignidad se plantea como fundamental, aunque administrada por una autoridad
espiritual. Según Inch, “para la Iglesia, la dignidad de la persona es
fundamental, porque todos somos hijos de Dios” (comunicación personal, 5 de marzo
de 2022), y por ello no deberían existir barreras al reconocimiento de derechos
como el acceso al mercado laboral. Sin embargo, este respeto se entiende como
un atributo otorgado desde la doctrina más que como autonomía del sujeto.
El poder pastoral –el gobierno
sobre todos y cada uno descrito por Foucault (2004/2006)– aparece aquí como
cuidado y tutela de la persona. La dignidad se afirma universalmente, pero en
tanto bien administrado por una autoridad moral. La pastoral no excluye
frontalmente; más bien acoge para conducir, trazando las condiciones bajo las
cuales esa dignidad se reconoce. El reconocimiento, así, no desactiva el poder:
lo reformula como guía.
Este discurso de inclusión
aparente encuentra un límite claro en la doctrina eclesial. Inch aclara que,
aunque las personas deben ser tratadas con dignidad, la resistencia surge
frente a ciertos “temas, “no personas” –como el matrimonio igualitario– considerados
contrarios a la doctrina. En sus palabras, “sí va a haber resistencia, porque
tiene que ver con el tema, no con la persona”.
Esta distinción entre “persona”
y “tema” es central en la racionalidad pastoral: amar al pecador, resistir el
pecado. El efecto es una inclusión condicionada: la persona es protegida si su
vida no activa los actos que interpelan la norma. El “tema” funciona como
umbral de intervención disciplinaria: cuando se lo traspasa (por ejemplo, el
matrimonio igualitario), el reconocimiento se retrae. Así, el poder pastoral
produce sujetos obedientes mediante una economía afectiva (dignidad) que
normaliza prácticas, deseos y proyectos.
El poder pastoral no se limita
al ámbito de una religión. En el caso evangélico, Diego Junior Llusco, líder
juvenil de la iglesia evangélica Ekklesía, muestra
cómo la lógica de “cuidado” se internaliza en forma de conflicto personal.
Reconoce que ha preferido “no escuchar mucho de este tema para no entrar en
conflicto conmigo mismo… estoy tan conflictivo conmigo mismo” (Llusco,
comunicación personal, 12 de marzo de 2022). No se trata solo de una doctrina
impuesta desde fuera, sino de un dispositivo que obliga al creyente a vigilar
su propio pensamiento y a autorregular sus palabras para mantenerse en
fidelidad con la norma bíblica.
En su discurso aparece de nuevo
la distinción entre “persona” y “tema”. Llusco afirma no estar “a favor de la
Ley, no [en contra] de las personas” e indica que “Dios ama al hombre, pero no
ama el pecado” (comunicación personal, 12 de marzo de 2022). Así, la dignidad
se reconoce en abstracto, pero se condiciona al rechazo de ciertas prácticas,
como la homosexualidad o transexualidad. El respeto se ofrece como trato
básico, mientras se conserva la obligación de corregir: “mi deber como
cristiano es tratar de mostrarle que no es lo correcto” (Llusco, comunicación
personal, 12 de marzo de 2022). La acogida, por tanto, no elimina la jerarquía,
sino que la reinscribe en clave pastoral.
Finalmente, Llusco expone cómo
este poder se materializa en gestos tan concretos como el uso del nombre. Sobre
una compañera trans en el conservatorio, afirma: “la conocí como Ana [nombre
ficticio]. Y para mí, va a ser Ana”. Sin embargo, añade que, si existiera una
relación más cercana, “si somos realmente amigos lo seguiría llamando Pedro
[nombre ficticio]” (Llusco, comunicación personal, 12 de marzo de 2022). El
reconocimiento se convierte en un recurso discrecional, que puede otorgarse en
público, pero retirarse en la intimidad como forma de orientar a la persona
hacia “volver a ser lo que era antes”. Incluso cuando dice no oponerse al
matrimonio civil, encuadra esa posibilidad en un registro afectivo de control:
“sí estoy de acuerdo que lo hagan, pero me causa tristeza ver que el pecado
está en ellos”. Así, el respeto nominal convive con un horizonte teleológico de
reversión y con una pedagogía afectiva que guía las vidas hacia la norma
heterosexual.
En ambas confesiones religiosas,
la dignidad se ofrece bajo un horizonte de tutela y corrección: se reconoce
universalmente, pero siempre administrada por una autoridad moral que fija los
límites de lo permitido.
IV.2.3.
Microfísica del poder y disciplinamiento de cuerpos
Si en el plano pastoral la
dignidad aparece como atributo condicionado, en el terreno cotidiano el poder
se despliega en dispositivos más concretos y discretos. No se trata de grandes
prohibiciones ni de dogmas explícitos, sino de prácticas minuciosas que
organizan los cuerpos, regulan los gestos y modelan incluso los pensamientos.
Foucault (1975/2009) llamó a este nivel “microfísica del poder”: un entramado
de normas, rutinas y autocorrecciones que producen sujetos predecibles y
conductas ajustadas. En los discursos sobre personas trans, esta microfísica se
manifiesta tanto en regulaciones institucionales –el uso de baños o las
condiciones para un contrato laboral– como en la vigilancia interiorizada que
lleva a los propios creyentes a autocensurar lo que escuchan o dicen.
Inch plantea:
El problema va a surgir cuando se dé una colisión de
derechos. Pongo un ejemplo hipotético: el uso de los baños. Si hay, en algún
momento, una contraposición de derechos, es cuando va a surgir una dificultad
[…]. Nuestros derechos terminan en el momento en el que comienzan los derechos
de la otra persona (comunicación personal, 5 de noviembre de 2021).
Aunque se formula como un “caso
hipotético”, la enunciación presupone que el derecho de la persona trans al
reconocimiento puede contraponerse al “derecho del tercero”, instalando una
lógica de sospecha preventiva sobre su presencia en espacios comunes. En
términos de Foucault (1975/2009), este desplazamiento del principio de igualdad
al de “colisión de derechos” constituye una forma de microdisciplina
moral: no prohíbe, pero regula los cuerpos mediante la anticipación del
conflicto y la administración del miedo.
Por ejemplo, la experiencia de
Mujer trans 3 –cuando un auxiliar irrumpió tras ella en un baño universitario y
le dijo: “bésame, bésame… quiero experimentarme”– muestra las consecuencias
materiales de esa racionalidad. La ausencia de una norma clara que proteja su
acceso convierte el baño en un espacio de exposición y riesgo, donde el cuerpo
trans queda simultáneamente hipervisibilizado y
desprotegido. En este sentido, la apelación a la “colisión de derechos”
funciona como un dispositivo de normalización del miedo: bajo el discurso de
equilibrio jurídico, se legitima la gestión desigual de los cuerpos y se
produce la autocensura como forma de disciplina.
Desde la lectura de Foucault
(1975/2009), esta escena encarna la microfísica del poder: un conjunto de
pequeñas regulaciones que organizan las circulaciones define qué cuerpos son
legítimos y fabrica docilidades bajo la apariencia de prudencia moral.
Asimismo, Inch relata que
ya ha ocurrido alguna vez en un colegio católico […]
un estudiante que manifiesta que no ha definido su género y que, por tanto, no
le pueden obligar a usar uniforme de niña o de niño. ¿Va a haber un problema?
Sin duda alguna que va a haber un problema ahí […]. Lo que no se puede es
pretender cambiar la identidad de las instituciones (comunicación personal, 5
de marzo de 2022).
Este testimonio no plantea una
hipótesis futura, sino una situación ya ocurrida que muestra con claridad la
materialidad del disciplinamiento. El uniforme se
convierte en un dispositivo de control del cuerpo que no solo regula la
apariencia, sino también la legibilidad social del género. La frase “no se
puede pretender cambiar la identidad de las instituciones” revela la inversión
de jerarquías: la identidad de la Iglesia se afirma como norma superior frente
a la identidad del sujeto. En términos de Foucault (1975/2009), esta es la
microfísica del poder en su forma más visible: normas menores que moldean
conductas, producen obediencia y garantizan la coherencia del orden
institucional mediante la administración cotidiana de los cuerpos.
Así, la “identidad
institucional” funciona como un principio de normalización que subordina la
vivencia corporal al ideal doctrinal, transformando el derecho a la diferencia
en un problema de disciplina.
Del mismo modo, en el ámbito
laboral, la misma racionalidad disciplinaria se expresa en la posibilidad
“excepcional” de contratar a una persona trans en instituciones eclesiales.
Inch afirma que “podría ocurrir que se contrate a una persona trans, pero sería
excepcional”, y que solo se podría hacer si “asume el compromiso de no expresar
de manera explícita su identidad ni de plantear temas contrarios a la identidad
de la institución” (comunicación personal, 5 de marzo de 2022).
Este razonamiento traslada el
control del cuerpo al control de la palabra. El reconocimiento se concede bajo
la condición del silencio: la diferencia se acepta únicamente si no cuestiona
el marco doctrinal. En términos de Foucault (1976/1998), esto configura una
forma de domesticación institucional, donde la inclusión opera como tecnología
de gobierno: integrar sin permitir disidencia, producir presencia sin voz. Así,
el cuerpo trans deja de ser excluido para convertirse en visible pero
subordinado, ajustado a la identidad institucional que define los límites de lo
decible y lo posible.
Por su parte, la confesión de
Llusco –“he tratado de no escuchar mucho de este tema para no entrar en
conflicto conmigo mismo” (comunicación personal, 12 de marzo de 2022)– revela
cómo el poder no solo regula conductas externas, sino que instala mecanismos de
autocensura que operan en el plano íntimo del pensamiento. Se trata de una
disciplina que actúa sin necesidad de castigos visibles: el sujeto se convierte
en su propio guardián, restringiendo lo que escucha, dice o imagina para no
desbordar los márgenes de lo permitido. La microfísica del poder (Foucault,
1975/2009) se encarna en esta vigilancia interiorizada, donde el conflicto
potencial se neutraliza mediante la supresión preventiva del discurso. El
silencio no aparece aquí como mera omisión, sino como efecto de una tecnología
de gobierno que define qué temas son accesibles y cuáles deben permanecer fuera
del campo de lo pensable, produciendo sujetos dóciles a través de la gestión de
su propia voz.
En la voz del activista Hombre
trans 4, estas microdisciplinas aparecen bajo la
forma de obstáculos administrativos que dificultan el acceso a derechos
básicos. Hombre trans 4 recuerda que “el Serecí no
quería […] han puesto un millón de excusas”, que el Servicio General de
Identificación Personal (Segip) concebía la ley como
una vía para “evitar procesos legales”, y que en UDAPE “nunca nos dejaron
entrar”. Estas prácticas no se presentan como prohibiciones abiertas, sino como
rutinas de control que administran tiempos, accesos y posibilidades,
reproduciendo desigualdades bajo la apariencia de tecnicismos. La disciplina
aquí se materializa en ventanillas y oficios: pequeños actos de resistencia
burocrática que producen la docilidad de tener que esperar, volver a presentar,
insistir sin garantía de respuesta.
Estas microdisciplinas
burocráticas también generan sus propias formas de resistencia. Hombre trans 4
relata cómo, frente a las excusas del Serecí, el
movimiento aceptó temporalmente que el Ministerio de Justicia emitiera
resoluciones de cambio de género; cómo, frente a los recelos del Segip, insistieron en que se trataba de un derecho y no de
un fraude; y cómo, pese al hermetismo de UDAPE, siguieron produciendo informes
y buscando aliados internos. La resistencia no fue una confrontación directa,
sino la obstinación de volver a presentar, redactar, ajustar, insistir. Esa
persistencia muestra que la microfísica del poder no es absoluta: cada traba
encuentra contrapuntos en prácticas colectivas que reabren los caminos de la
ley.
En conjunto, los tres ejes
analizados –el dispositivo jurídico que redefine la ley como sospechosa, el
poder pastoral que ofrece dignidad condicionada y la microfísica disciplinaria
que regula cuerpos y silencios– convergen en una misma racionalidad biopolítica,
en el sentido propuesto por Foucault (1976/1998). Se trata de un entramado de
tecnologías de gobierno (Foucault, 2004/2006) que no solo administran las
condiciones materiales de existencia, sino también los marcos de género que
definen qué vidas merecen reconocimiento y bajo qué modalidades. Desde esta
perspectiva, la biopolítica no opera únicamente por exclusión, sino por una
integración condicionada que induce a los sujetos a gobernarse a sí mismos,
ajustando voces, gestos y proyectos a los umbrales de lo permitido.
V. Discusión
Los antecedentes internacionales
y regionales coinciden en destacar la persistencia de marcos de exclusión que
operan aun en contextos donde se han alcanzado avances normativos y discursivos
relevantes (Bayá & Zárate, 2019; Butler,
1990/2007; Sagárnaga, 2019; Bayá
& Zárate, 2019). Sin embargo, la mayoría de estos estudios se concentran en
problematizar la construcción de la identidad o en medir impactos macro –como
los vínculos entre derechos y desarrollo económico (Corrales & Pecheny, 2010; Verbal, 2021; Villegas, 2021)– sin atender
de manera situada cómo las personas trans experimentan la inclusión y el
estigma en escenarios concretos de interacción (Goffman, 1963/2006). Esto
implica dejar de lado las microfísicas del poder que, como advierte Foucault (1976/1998;
1975/2009; 2004/2006), se ejercen en prácticas cotidianas y disciplinarias que
moldean cuerpos, gestos y posibilidades de reconocimiento. Este vacío es
particularmente notorio en el caso boliviano, donde la producción académica
sigue siendo incipiente y no ha explorado suficientemente las dinámicas
cotidianas que median entre el reconocimiento legal y las prácticas sociales (Bayá & Zárate, 2019; Sagárnaga,
2019; Bayá y Zárate, 2019).
La investigación aquí presentada
busca llenar ese vacío al aportar evidencia empírica sobre experiencias trans
en ámbitos educativos y laborales de La Paz, mostrando cómo el estigma se
activa o se suspende en situaciones específicas. De esta manera, se desplaza la
atención de los indicadores agregados o de los discursos normativos hacia lo
que aquí se podría entender como microfísica de la inclusión, es decir,
prácticas cotidianas de inclusión, un enfoque poco explorado en la literatura
nacional. En este sentido, el artículo amplía el horizonte de análisis al
integrar la dimensión de la vida cotidiana como un terreno donde se juegan, de
forma tangible, los límites del reconocimiento.
A partir de este marco, los
resultados empíricos permiten observar que el estigma se expresa en
exposiciones no consentidas, demoras burocráticas, aunque el cispassing
funciona como resguardo parcial, pero frágil, debido a marcadores como la voz
(en hombres trans principalmente antes de la transición, en mujeres trans antes
o después de la misma), que reduce la desacreditación cotidiana a costa de
invisibilizar. Tal como un entrevistado (Hombre trans 4) subraya, esta tensión
se amplifica en la dimensión generacional: quienes accedieron temprano al
cambio legal y a tratamientos proyectan estudios y trabajo con mayor facilidad,
mientras que quienes no lo hicieron cargan con expectativas de fracaso. En
conjunto, el cambio legal alivia parte de la carga, pero no elimina el estigma,
que se reactiva en cada interacción. En este sentido, las dinámicas observadas
confirman la noción de estigma situacional propuesta por Goffman (1963/2006) y
la persistencia de tecnologías de normalización señaladas por Foucault (1976/1998).
Además de las experiencias
cotidianas de estigma, los hallazgos muestran que las narrativas sobre la Ley
de Identidad de Género se despliegan en dos regímenes de verdad contrapuestos.
La memoria activista funciona
como una contra-tecnología de verdad en el sentido
planteado por Foucault (1976/1998; 2009), donde la resistencia no se opone
externamente al poder, sino que crea nuevas formas de veracidad desde los
márgenes. Al detallar nueve años de gestiones, reuniones semanales y
postergaciones, produce un archivo vivo que desarma la imagen de una aprobación
“exprés”. No se trata solo de recordar hechos, sino de inscribirlos como
pruebas que reconfiguran los criterios de lo legítimo: frente al tiempo breve
que se convierte en signo de sospecha, se opone la larga duración como
testimonio de perseverancia subalterna y de acumulación de saberes
invisibilizados.
De este modo, el mismo
acontecimiento –la aprobación de la Ley en 2016– circula en dos regímenes
distintos: uno que lo marca como anomalía procedimental y otro que lo instituye
como culminación de una lucha prolongada. La memoria activista no conserva únicamente
recuerdos, sino que fabrica un circuito alternativo de veridicción
en el que los cuerpos, las prácticas y los documentos del movimiento se
convierten en base para legitimar el derecho. Así, lo que para unos aparece
como fraude, para otros emerge como reconocimiento postergado.
En el terreno pastoral, las
voces analizadas revelan una tensión entre dignidad tutelada y autoafirmación
resistente. En las confesiones religiosas, la dignidad se ofrece bajo un
horizonte de tutela y corrección: se reconoce universalmente, pero siempre administrada
por una autoridad moral que fija los límites de lo permitido.
Frente a este poder pastoral, la
memoria activista propone otra economía del reconocimiento, donde la dignidad
no proviene de arriba, sino de la experiencia vital. Como expresó Hombre trans
4, quien participó en la construcción de la Ley N.o
807 de Identidad de Género, “te da la posibilidad de ser, de reconocerte […] y
que las personas te reconozcan en base a eso”, una vivencia que refuerza la
autoestima y abre proyectos académicos y laborales.
Desde la lectura foucaultiana del poder pastoral (Foucault, 2004/2006), esta
comparación muestra dos modos de gobierno de la vida: uno que mantiene a los
individuos dentro de la órbita de la obediencia moral y otro de resistencia,
donde los propios sujetos se reconocen como agentes plenos capaces de definir
su valor sin mediaciones tutelares. En última instancia, la disputa no es solo
jurídica o doctrinal, sino sobre quién posee la autoridad de decir qué
significa vivir con dignidad.
Sin embargo, en esa misma red de
control emergen fisuras y resistencias. La reconstrucción genealógica del
proceso legislativo, los actos de autoafirmación que convierten la dignidad en
práctica encarnada y las narrativas que denuncian la violencia normativa son
también formas de disputar el campo de lo pensable.
En términos foucaultianos,
donde hay poder hay resistencia (Foucault, 1976/1998): no fuera del poder, sino
en sus intersticios. La crítica a la “aprobación irregular” se enfrenta a
relatos que exhiben la larga duración y la densidad técnica del proceso; la
pastoral que condiciona la dignidad se ve confrontada por experiencias
subjetivas que la resignifican como fuerza vital propia; y la disciplina que
busca silencios encuentra sujetos que, aun bajo riesgo, hacen audibles sus
demandas. La biopolítica, entonces, no solo configura la vida trans como objeto
de regulación, sino también como lugar de contra-conductas
que ensanchan el horizonte de lo posible.
No obstante, el estudio presenta
limitaciones que deben ser consideradas. La estrategia de casos restringe el
alcance de los hallazgos y plantea el reto de ampliar la muestra hacia otras
regiones y contextos socioculturales para fortalecer la validez comparativa.
Asimismo, la sensibilidad del tema obligó a tomar precauciones éticas que, si
bien protegieron a las participantes, limitaron la posibilidad de profundizar
en ciertos aspectos de su trayectoria vital. Estos desafíos abren líneas para
futuras investigaciones que combinen análisis discursivo y aproximaciones
cuantitativas, y que permitan evaluar de manera más integral los efectos de las
políticas de identidad de género en Bolivia, así como sus implicaciones en las
dinámicas sociales cotidianas de las personas trans.
VI. Conclusiones
Los hallazgos de esta
investigación muestran que las experiencias de las personas trans en La Paz no
pueden comprenderse únicamente desde el reconocimiento legal o las políticas
públicas, sino que requieren atender a las dinámicas micro de la vida cotidiana.
La noción de estigma de Goffman (1963/2006) resulta crucial para explicar cómo
las marcas sociales se activan o se suspenden en contextos concretos –clases,
oficinas, ventanillas–, obligando a las y los sujetos a gestionar
permanentemente su presentación de sí. El estigma aparece así no como un
atributo fijo, sino como un proceso relacional situado, que se enciende y apaga
en función de las interacciones.
La perspectiva del análisis de
Foucault sobre la sexualidad y el poder (1976/1998) complementa este análisis
al mostrar cómo los regímenes de verdad y los dispositivos de poder operan en
la producción de legitimidad y exclusión. Las prácticas institucionales
documentadas –desde el control documental en las universidades hasta los
discursos morales en ámbitos religiosos– funcionan como tecnologías de
normalización que disciplinan los cuerpos y sus posibilidades de
reconocimiento. De este modo, la investigación confirma que la ley no actúa en
el vacío: su eficacia depende de los entramados institucionales y culturales en
los que se inserta.
En el plano metodológico, la
elección de un estudio de casos cualitativo permitió captar la textura de las
interacciones y visibilizar estrategias situadas de inclusión y resistencia. El
uso de entrevistas y relatos de experiencias cotidianas facilitó reconstruir
cómo opera el estigma tanto en formas abiertas de discriminación como en
microagresiones y silencios institucionales. No obstante, el alcance limitado
de casos y la focalización en un solo contexto urbano restringen la
generalización, lo que plantea la necesidad de ampliar la muestra y explorar
comparaciones regionales.
Teórica y empíricamente, la
investigación contribuye a tender puentes entre tres niveles de análisis que
suelen abordarse por separado: la fuerza estructural de los discursos y las
normas, la activación situacional del estigma y la negociación performativa de
la identidad. Esta integración ofrece una mirada más completa sobre cómo las
personas trans habitan los intersticios entre inclusión formal y exclusión
práctica. Asimismo, resalta el valor de las prácticas cotidianas como espacios
de vulnerabilidad, pero también de resistencia, ampliando los debates en la
literatura nacional sobre género y diversidad.
Finalmente, el estudio abre
líneas para futuras investigaciones. Será necesario incorporar contextos
rurales y otras franjas etarias, así como diseñar estudios longitudinales que
den cuenta de los cambios en el tiempo. También se recomienda profundizar en la
intersección entre identidad de género, clase, etnicidad y religión,
dimensiones que emergieron de manera incidental, pero resultan fundamentales.
Investigaciones comparadas en América Latina podrían situar el caso boliviano
en un marco regional, mientras que aproximaciones cuantitativas permitirían
medir la magnitud de los procesos identificados. Con ello se avanzaría hacia
una comprensión más integral de cómo las fuerzas legales, culturales e
interpersonales configuran las trayectorias vitales de las personas trans en la
sociedad contemporánea.
Referencias
Asociación Americana de Psicología. (2011). Las
personas trans y la identidad de género. https://www.apa.org/topics/lgbtq/transgenero
Barranquero, A. (2019). El Periodismo Social como área de
especialización, perspectiva de reforma y cultura profesional. Una revisión
de conceptos y debates. Estudios sobre el mensaje periodístico, 25(2),
657-676. https://doi.org/10.5209/esmp.64794
Bayá, M., & Zárate, C. (Coords.) (2019). Informe de la coalición de organizaciones
de la sociedad civil sobre los Derechos Humanos de la población LGBTI para el
Examen Periódico Universal (EPU). Comunidad de Derechos Humanos. https://www.comunidad.org.bo/assets/archivos/publicacion/44772b00b8d15262a85f12dffc187ce4.pdf
Brandelli, A., Mendes, G.,
Couto, A., Dutra-Thomé, L., Rodriguês, M., Caetano, H., & Helena, S.
(2020). Experiences of discrimination and inclusion of brazilian transgender
people in the labor market [Experiencias de discriminación e inclusión de
personas transgénero brasileñas en el mercado laboral]. Revista Psicologia Organizações e Trabalho, 20 (2), 1040-1046. http://pepsic.bvsalud.org/pdf/rpot/v20n2/v20n2a11.pdf
Butler, J. (2007). El género en disputa. El
feminismo y la subversión de la identidad. Paidós. (Obra original publicada
en 1990)
Butler, J. (2016). Deshacer el género.
Paidós. (Obra original publicada en 2004).
Corrales, J., & Pecheny,
M. (Eds.). (2010). The Politics of Sexuality in Latin America: A Reader on Lesbian, Gay, Bisexual, and Transgender
Rights [La política de la sexualidad en América
Latina: Una antología sobre los derechos de las personas lesbianas, gays, bisexuales y transgénero]. University of Pittsburgh Press. https://doi.org/10.2307/j.ctt5vkfk6
Cuevas, M. (2022). Experiencias de personas trans que se beneficiaron
de la Ley de Identidad de Género
[Tesis de licenciatura, Universidad Católica Boliviana “San Pablo”]. https://bibliotecas.ucb.edu.bo/cgi-bin/koha/opac-detail.pl?biblionumber=208833
Díaz, M (2021). Mujeres trans e identidad de género:
violencias en torno a su reconocimiento en el caso peruano. En A. Subía &
S. Hessamzadeh (Eds.), Género, derechos humanos e
interseccionalidad (pp. 109–135). Universidad de Otavalo. https://doi.org/10.47463/clder.2021.02.05
Foucault, M. (1998). Historia de la sexualidad I:
La voluntad de saber (25.ª ed.). Siglo XXI Editores. (Obra original
publicada en 1976)
Foucault, M. (2006). Seguridad, territorio,
población: Curso en el Collège de France (1977-1978)
(H. Pons, Trad.). Fondo de Cultura Económica. (Obra original publicada en 2004)
Foucault, M. (2009). Vigilar y castigar:
Nacimiento de la prisión (2.ª ed.). Siglo XXI Editores. (Obra original
publicada en 1975)
Goffman, E. (2006). Estigma: La identidad
deteriorada (L. Guinsberg, Trad.). Amorrortu.
(Obra original publicada en 1963)
Goldberg, A. (Ed.). (2016). The SAGE encyclopedia of LGBTQ Studies [La enciclopedia SAGE de estudios LGBTQ]. Sage Publications, Inc.
Gross, L. (2001). Up from
invisibility: Lesbians, gay
men, and the media in
America [Saliendo de la invisibilidad: Lesbianas, hombres homosexuales y
los medios de comunicación en Estados Unidos]. Columbia University
Press.
Jiménez, M. (2008). Aproximación teórica de la
exclusión social: complejidad e imprecisión del término. Consecuencias para el
ámbito educativo. Estudios Pedagógicos, 34 (1), 173–186. http://dx.doi.org/10.4067/S0718-07052008000100010
Ley de Identidad de Género, N.º 807. (21 de mayo de
2016).
Molina, L. (2018). Periodismo y derechos humanos
de las mujeres y las personas diversas sexualmente. Instituto
Interamericano de Derechos Humanos.
Olveira-Araujo, R. (2022). The (r)evolution of transsexuality
in the news media: The case
of the Spanish digital press (2000-2020) [La (r)evolución de la transexualidad en
los medios de comunicación: El caso de la prensa digital española (2000-2020)].
Journalism, 24(10), 2270-2293. https://doi.org/10.1177/14648849221105316
Oxford University Press. (s. f.). Misgender. En
Oxford Learner’s Dictionaries. https://www.oxfordlearnersdictionaries.com/definition/english/misgender
Sagárnaga, R. (8 de abril de 2019). Transgénero, la múltiple
discriminación en Bolivia. Los Tiempos. https://www.lostiempos.com/oh/actualidad/20190408/transgenero-multiple-discriminacion-bolivia
Segato, R. (2016). La guerra contra las mujeres.
Traficantes de Sueños.
Szasz, T. (2005). La fabricación de la locura.
Kairós. (Obra original publicada en 1974)
Verbal, V. (2021). El derecho a la identidad de
género. Un camino de libertad. En Y. Álvarez & D. Ato (Eds.), Libertad y
prejuicio. Reflexiones para la defensa de los derechos LGBTIQ+ (pp.
89-118). Divergente.
Villegas, M. (2021). La vulneración de las
libertades de las personas LGTBIQ y sus costos en la sociedad. En Y. Álvarez
& D. Ato (Eds.), Libertad y prejuicio. Reflexiones para la defensa de
los derechos LGBTIQ+ (pp. 215-228). Divergente.
Nota: Declaro que ningún tipo
de conflicto de intereses ha influido en la elaboración
de este artículo.